el cristianismo y las grandes religiones de oriente - FUNDACIÓN ...
el cristianismo y las grandes religiones de oriente - FUNDACIÓN ...
el cristianismo y las grandes religiones de oriente - FUNDACIÓN ...
You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
no pue<strong>de</strong> alcanzar la unión con Dios hasta que no se haya <strong>de</strong>struido y quemado <strong>el</strong> último<br />
vestigio d<strong>el</strong> egoísmo y d<strong>el</strong> pecado por <strong>el</strong> fuego d<strong>el</strong> Espíritu Santo. El estado <strong>de</strong> unión,<br />
cuando al fin se consigue, es tan estrecho e íntimo, y nuestra condición humana se ha<br />
transformado <strong>de</strong> tal manera, que literalmente po<strong>de</strong>mos hablar <strong>de</strong> «<strong>de</strong>ificación» d<strong>el</strong> alma.<br />
Esta «<strong>de</strong>ificación» es <strong>el</strong> corolario <strong>de</strong> la Encarnación: Dios se hace hombre para que <strong>el</strong><br />
hombre pueda hacerse Dios.<br />
Este hecho tremendo, a nosotros ya no nos sorpren<strong>de</strong>, porque cada vez que<br />
asistimos a Misa repetimos esas tremendas palabras: Da nobis per huius aquae et vini<br />
mysterium, eius divinitatis esse consortes, qui humanitatis nostrae fieri dignatus est<br />
partíceps, Iesus Christus, Fifius tuus, Dominus noster (Por <strong>el</strong> misterio, <strong>de</strong> esta agua y<br />
vino, danos que podamos ser partícipes <strong>de</strong> la divinidad d<strong>el</strong> que se dignó participar en<br />
nuestra humanidad, Jesucristo, tu Hijo, Señor nuestro). Cristo se hizo hombre para que<br />
nosotros podamos hacernos Dios. Todas <strong>las</strong> veces que recibimos la comunión, con tal<br />
que estemos en estado <strong>de</strong> gracia, participamos en la misma divinidad <strong>de</strong> Dios, somos<br />
«<strong>de</strong>ificados». Nosotros no somos conscientes <strong>de</strong> ese hecho, pero <strong>el</strong> místico sí tiene<br />
plena conciencia <strong>de</strong> él. Ahí está la diferencia.<br />
El amor es y <strong>de</strong>be ser <strong>el</strong> <strong>el</strong>emento esencial en <strong>el</strong> misticismo católico, porque nos han<br />
enseñado que Dios es amor. Sin embargo, existen tipos <strong>de</strong> misticismo en los que <strong>el</strong><br />
amor no entra para nada, como por ejemplo en <strong>el</strong> budismo primitivo. Con todo, en lo que<br />
están <strong>de</strong> acuerdo todas <strong>las</strong> místicas r<strong>el</strong>igiosas, es que, para que pueda haber una<br />
experiencia mística <strong>de</strong>be anularse todo vestigio d<strong>el</strong> propio yo. Pero si ha <strong>de</strong> haber una<br />
unión con Dios, ¿no, supone esto que ha <strong>de</strong> existir un «yo» con <strong>el</strong> que Dios pueda<br />
unirse? La pregunta es totalmente legítima, y la respuesta es afirmativa. De hecho, se<br />
han <strong>de</strong> distinguir dos «yo» en <strong>el</strong> hombre, <strong>el</strong> «yo» egoísta que los psicólogos llaman <strong>el</strong><br />
ego y un «yo» más <strong>el</strong>evado que los psicólogos <strong>de</strong> la escu<strong>el</strong>a <strong>de</strong> Jung, siguiendo <strong>el</strong><br />
prece<strong>de</strong>nte hindú, llaman simplemente «yo».<br />
La distinción entre estos dos «yo» es mucho más rigurosa en <strong>el</strong> misticismo indio que<br />
en la tradición occi<strong>de</strong>ntal católica, y sólo últimamente un místico católico ha dado todo su<br />
peso a la distinción. Me refiero a Thomas Merton, <strong>el</strong> monje cisterciense americano que<br />
me parece <strong>el</strong> más notable místico, <strong>de</strong> nuestros días. Sobre este tema tan importante,<br />
escribe Thomas Merton (y <strong>el</strong> pasaje se ha <strong>de</strong> leer una y otra vez para que <strong>el</strong> lector pueda<br />
compren<strong>de</strong>r toda su íntima conexión):<br />
La contemplación no es ni pue<strong>de</strong> ser una función <strong>de</strong> este yo externo. Hay una<br />
oposición irreductible entre este profundo yo trascen<strong>de</strong>nte que se <strong>de</strong>spierta sólo en la<br />
contemplación, y ese yo externo, superficial al que ordinariamente i<strong>de</strong>ntificamos con la<br />
primera persona d<strong>el</strong> singular. Tenemos que recordar que este «yo» superficial no es<br />
nuestro «yo» real. Es nuestra «individualidad» y nuestro «yo empírico», pero no es en<br />
realidad la persona escondida y misteriosa en la que subsistimos ante los ojos <strong>de</strong> Dios.<br />
El «yo» que actúa en <strong>el</strong> mundo, reflexiona sobre sí mismo, observa sus reacciones y<br />
habla <strong>de</strong> sí mismo no es <strong>el</strong> verda<strong>de</strong>ro «yo» que se ha unido a Dios en Cristo. En <strong>el</strong> mejor<br />
<strong>de</strong> los casos es la vestidura, la máscara, <strong>el</strong> disfraz <strong>de</strong> ese misterioso y <strong>de</strong>sconocido «yo»<br />
que muchos <strong>de</strong> nosotros solamente <strong>de</strong>scubrimos <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la muerte. Nuestro yo<br />
externo, superficial, no es eterno, no es espiritual. Todo lo contrario. Ese yo está<br />
con<strong>de</strong>nado a <strong>de</strong>saparecer totalmente como <strong>el</strong> humo <strong>de</strong> una chimenea. Es totalmente<br />
d<strong>el</strong>eznable. y evanescente. La contemplación es precisamente la conciencia <strong>de</strong> que ese<br />
«yo» es realmente un «no-yo» y <strong>el</strong> <strong>de</strong>spertar d<strong>el</strong> «yo» <strong>de</strong>sconocido que está fuera <strong>de</strong><br />
toda observación y reflexión y que es incapaz <strong>de</strong> teorizar sobre sí mismo. Ni siquiera<br />
pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>cir «yo» con la misma seguridad e impertinencia que <strong>el</strong> otro «yo», porque su<br />
verda<strong>de</strong>ra naturaleza es la <strong>de</strong> estar escondido, innominado, no i<strong>de</strong>ntificado en la<br />
sociedad en la que los hombres hablan <strong>de</strong> sí mismos y <strong>de</strong> los <strong>de</strong>más. En ese mundo <strong>el</strong><br />
8