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15<br />
Es la resultante de una suma. Dos más dos, es cuatro. Si opero manipulando emociones <strong>para</strong><br />
despertar miedo en alguien, fabrico cobardía en esa persona. Y si los cobardes no entran al Reino de<br />
Dios, yo estoy haciendo que alguien no entre. <strong>La</strong> pregunta es: ¿Para quién estoy trabajando yo?<br />
¿Pero es tan así, hermano? No sé como lo será en tu tierra, pero en la mía te puedo dar<br />
garantías que sí. Y si no, bastará hacer una pequeña encuesta entre las hermanas de cualquier<br />
congregación local. Simplemente pregúnteles que piensan de los hombres de la iglesia. Ellas van a<br />
responder con expresiones que darán espacio a lo que termino de decirte.<br />
Y eso ha determinado, entre otras cosas, que las iglesias estén conformadas<br />
mayoritariamente por mujeres, haciéndole creer a una sociedad que tiene predilección machista, que<br />
los hombres no tienen espacio <strong>para</strong> moverse en esos sitios espirituales. Una enorme mentira<br />
satánica con gran aceptación, incluso, dentro de nuestros ambientes supuestamente muy<br />
espirituales.<br />
Yo recuerdo que en mi infancia (Y no deja de ser un milagro que con más de sesenta pueda<br />
recordarlo), participando de la gigantesca mesa de campo, donde una vez por mes se almorzaba un<br />
domingo en la casa de mi abuela materna, se armaban unas tremendas discusiones centralizadas en<br />
dos temas: política y religión.<br />
Mi madre tuvo tres hermanas y, a excepción de la menor que en esa época aún estaba<br />
soltera, las otras dos solían participar, cuando podían, de esos almuerzos, con sus respectivos<br />
maridos. Ellos, sumados a mi padre, armaban la tremolina grande de interminables discusiones que<br />
jamás llegaban a una conclusión limpia o positiva.<br />
Todo ante la atenta e interesada mirada de mi abuelo, un hombre de infinita bondad y dueño<br />
de un carácter muy singular. Jamás tuve la ocasión de ver enojado a mi abuelo, y mucho menos<br />
deprimido. Era muy inteligente y creativo <strong>para</strong> la época, el medio ambiente y su propia condición<br />
social.<br />
Políticamente, mis tíos eran enemigos ideológicamente irreconciliables, y mi padre, solía<br />
hacer de moderador, aunque por allí también perdía los estribos porque atesoraba sus propias<br />
simpatías y no las podía ocultar. De hecho, allí mismo se terminaba la paz familiar.<br />
Profesionales radicales, obreros peronistas, terratenientes conservadores y líricos<br />
demócratas, que aquí constituían una especie de centro-derecha moderada no podrían jamás, por<br />
más que se amaran como parte integrante de la misma familia, llegar a acuerdos conciliatorios.<br />
Entonces, cuando las cosas se ponían color violeta oscuro y a mi abuelo se le empezaba a<br />
terminar la paciencia y los miraba con cara de echarlos a todos a puntapiés, decidían cambiar de<br />
tema y, tanto como <strong>para</strong> aliviar las cosas, se metían con la religión. ¡Mucho peor, todavía!<br />
Porque la religión cristiana, en mi primera infancia, obviamente no iba ni podría ir más allá de<br />
las distintas opiniones que cada uno tenía de la única iglesia conocida en la pequeña población<br />
donde nací: la Católica, Apostólica Romana. Pensar en otro credo, era sacar credencial de herejía.<br />
Y esas discusiones eran más complicadas que las otras, porque no estaban referidas a la<br />
existencia o no existencia de un Dios al que cada uno veía como mejor le parecía, o sencillamente no<br />
veía, sino directa y sencillamente a la validez, credibilidad, honorabilidad o todo lo contrario de los<br />
curas.<br />
Y digo que esta discusión era mucho más compleja, porque en contraposición con las<br />
divagaciones pretendidamente ideológicas de mi gente mayor, aquí inmediatamente tomaban<br />
participación y partido las mujeres, lo cual solía hacer más voluminoso el escándalo dominguero.<br />
A los hombres se les llenaba la boca criticando a curas borrachines, mujeriegos, jugadores de<br />
naipes de la baraja española o dueños de otros hábitos no menos “santos” que esos.