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Porque saltar un muro, es evitarlo, evadirlo, pasarlo por alto, eliminarlo de nuestro camino<br />

con el fin de no vernos perturbado por su presencia, mientras que asaltarlo es tomarlo con guerra y<br />

conquistarlo <strong>para</strong> nuestra causa. Es, de alguna manera, tomar un objetivo que pertenecía al<br />

enemigo y hacerlo nuestro.<br />

Y vamos a ver: ¿Cuáles podrían hoy ser esos muros? Si tenemos en cuenta que un muro es<br />

algo que divide, causa perjuicios, se<strong>para</strong> y actúa como contención, llevado esto al terreno de la<br />

iglesia, no se me ocurren nada más que dos cosas: las denominaciones y las estructuras<br />

babilónicas.<br />

Lo primero ha sido el puntapié inicial de nuestra lucha. Estar unánimes no puede ser de<br />

ninguna manera, estar divididos por doctrinas domésticas. Ah, si alguien pensara por un instante,<br />

jamás hubiéramos llegado a eso casi aprobándolo o, al menos, justificándolo.<br />

¿Cómo puede ser que si existe un solo Espíritu Santo que guía a los creyentes a toda la<br />

verdad, este Espíritu Santo pueda haber cometido el grave error de entregarle a distintos grupos de<br />

esos creyentes una interpretación de la Biblia, en algunos casos, tan opuesta entre sí?<br />

<strong>La</strong> respuesta es simple: el Espíritu Santo de Dios nada ha tenido que ver con eso. Han<br />

sido solamente los hombres, llevados por sus propias conveniencias, intereses y egocentrismos<br />

personales, los que las han inventado y hecho pasar como bíblicas <strong>para</strong> justificar su proceder y<br />

justificarse a sí mismos.<br />

¿Lo consiguieron? Ante los hombres, probablemente sí, pero ante Dios, de ninguna manera.<br />

Él los conoce, conoce cada uno de sus actos y los motivos verdaderos por los que fueron cometidos.<br />

¿Entonces? Entonces pecado. ¿Pecado? Sí, pecado-madre, básico, elemental. Incredulidad.<br />

Destruido, conquistado y tomado en guerra abierta el muro denominacional, nos queda hoy<br />

todavía en pie el segundo: la estructura babilónica. ¿Y a ese como se lo asalta? Con la Palabra. ¿Y<br />

se lo convierte? No siempre. A veces se lo derrumba y luego se lo abandona como todo lo que no es<br />

Dios.<br />

¡Pero es que eso implica abandonar la iglesia! No mi hermano; lo que implica eso, en muchos<br />

casos, es abandonar un templo, un salón, un lugar en el que (<strong>La</strong> Palabra misma habrá de dejarlo en<br />

evidencia, ya verás), Dios ya no está y – muy por el contrario – gobierna Satanás.<br />

(Salmo 46: 4)= Del río sus corrientes alegran la ciudad de Dios, el santuario de las<br />

moradas del altísimo.<br />

Esto es simple aprendizaje contemporáneo. Fíjate que en com<strong>para</strong>ción directa y abierta con<br />

el amenazante contorno, aquí se nos muestra que un apacible río es el que está abasteciendo el<br />

santuario de Dios. ¿Está hablando de algún templo? No, el santuario de Dios, si lo ha aceptado e<br />

invitado a entrar, es el hombre que Él mismo ha creado.<br />

¿Y cual será ese río de Dios? ¿Acaso un manantial de agua impetuosa que, con la fuerza de<br />

una tremenda marejada o un no menos espectacular tsunami podría arrasar con todo lo que se le<br />

ponga por delante? Tal vez sí, de ser necesario. Sin embargo no es el caso en este texto. Aquí, -<br />

dice – el río es apacible y ese término, nos habla de paz, un bien que fuera del Reino de Dios es casi<br />

imposible encontrar.<br />

(Salmo 65: 9)= Visitas la tierra, y la riegas; en gran manera la enriqueces; con el río de<br />

Dios, lleno de aguas, pre<strong>para</strong>s el grano de ellos, cuando así la dispones.<br />

Lo dicho en un contexto anterior: la existencia de Dios como creador y sostenedor de todo lo<br />

que existe se hace más que evidente en el balance ecológico de la naturaleza. De allí que me<br />

produce una mezcla de pena e impotencia cuando oigo discursos supuestamente “cristianos” que se<br />

oponen por razones simplemente ideológicas terrestres a la acción de grupos ecologistas.

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