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21<br />
Y pensar que hay unos cuantos que, incluso, han llegado a formar iglesias de homosexuales.<br />
Eso, a mí, a la luz de la Palabra y sin el menor asomo de discriminar o cazar brujas, me causa la<br />
misma sensación que el asunto de los matrimonios.<br />
Porque en el planeta entero, mientras los matrimonios heterosexuales cada vez son menos,<br />
ya que los jóvenes optan por hacer lo que Dios ha prohibido, esto es: irse a vivir en pareja con sus<br />
novias, cometiendo lisa y llanamente fornicación, las parejas gay luchan denodadamente <strong>para</strong><br />
poder casarse…¿Lo quieres más sutil y perverso?<br />
Y digo que esas enseñanzas conllevan error, porque nuestras militancias antiguas en el<br />
catolicismo romano no parecen habernos dejado ninguna lección a aprender. Entonces, ante la<br />
demanda de una santidad inequívoca <strong>para</strong> servir al Señor y no poseyéndola efectivamente, se<br />
adopta la postura de la auto-represión, con los resultados legendariamente conocidos, antes y ahora.<br />
Allá y acá.<br />
Para muestra, basta un botón, dice el refrán. Cuando apareció el movimiento de la santidad,<br />
el catolicismo romano entendió que lo mejor <strong>para</strong> poder lograrlo, era la reclusión en soledad.<br />
Entonces crearon los monasterios. Y en lugar de con<strong>seguir</strong> santidad, lograron aumentar y<br />
sobreabundar el alcoholismo, la homosexualidad y demás chistes por el estilo.<br />
En la iglesia evangélica ocurrió algo parecido, por eso digo que nadie parece haber aprendido<br />
la lección. En aras de alcanzar la tan ansiada, declamada y ordenada santidad, viendo ciertas<br />
imposibilidades por causa de nuestra naturaleza pecaminosa, se optó por la represión y la<br />
disciplina. Podrá tener un color parecido, pero no es la misma cosa, sin dudas.<br />
Entonces salieron los que prohibieron esto, aquello y lo otro. No te pongas eso, no te pintes,<br />
no uses pantalones, no te cortes el cabello y cien cosas más que, lo único que consiguieron fue darle<br />
campo propicio al adulterio por parte de hombres que, ahuyentados por esposas con rostros lavados<br />
con cloro, eran atraídos por mujeres bellas y sin limitaciones. Astuto el diablo…<br />
Pero no te creas que allí terminaron las alucinantes novelas de la santidad eclesiástica.<br />
También hubo cientos de hermanas que de pronto cayeron en las redes de los pocos hombres<br />
masculinos que quedaban por causa de no sentir ya atracción por maridos<br />
demasiado….suaves…¿Santidad o Represión?<br />
Todos sabemos la diferencia abismal que hay entre una cosa y la otra. Santidad es algo que<br />
viene desde adentro hacia fuera, es producto de un estado interior mancomunado con Cristo y una<br />
permanente actitud de: No quiero, No lo necesito, No me interesa.<br />
Represión, mientras, es: No puedo, No se me permite, No debo. En algún momento se cae<br />
el andamiaje carnal y el estrépito del zafarrancho de combate se oye a miles de kilómetros. <strong>La</strong> iglesia<br />
se ahorraría mucho pecado si en lugar de imponer buena conducta a sus miembros, presentara a<br />
Jesucristo como cabeza de toda razón y de toda vida, dejando que Él produzca fruto a ciento por<br />
uno.<br />
Sin embargo, en una iglesia sobrecargada de romanticismos poéticos y hombres débiles<br />
sometidos a límites insospechados de abuso espiritual por parte de otros hombres con fuerte<br />
autoritarismo, no podían estar ausentes los problemas de alcoba.<br />
¿Nadie ha sido capaz de examinar que, si en los matrimonios cristianos, no existe una clara<br />
definición entre la masculinidad del hombre y la femineidad de la mujer, algo o alguien va a ser<br />
enviado por el diablo a cubrir esos espacios de carencias afectivas y de las otras?<br />
<strong>La</strong> idiosincrasia femenina contempla, inexorablemente, una natural necesidad de protección.<br />
Pese a la fortaleza que muchas damas han exhibido, en su intimidad femenina, ellas añoran a ese<br />
hombre fuerte capaz de amarlas, protegerlas y hacerlas sentir muy mujeres.