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17<br />
¿Les hace mal? No, no les hace mal, al contrario; los ayuda y bastante. Pero les enseña que<br />
la solución a sus problemas íntimos y personales, siempre pasará por las manos, las decisiones y las<br />
oraciones de un determinado líder. Y desvían su mirada de Aquel a quien jamás habrá que dejar de<br />
mirar.<br />
Ahora bien; el caso es que la mayoría de esas lastimadas, humilladas, heridas, ofendidas,<br />
traicionadas, abusadas y violadas, suelen ser mujeres. En el “mejor” de los casos, (Si a eso se le<br />
puede llamar “mejor”) por extraños de manera circunstancial. En el peor, por sus propios allegados,<br />
familiares e, incluso, sus mismísimos maridos. Cualquiera ha visto esto sobradamente.<br />
Así es que, si se suman estas dos alternativas que te he mencionado, por cada hombre que<br />
arrima a una congregación, están llegando no menos de diez mujeres. Y de esas diez, será un<br />
verdadero hallazgo si dos de ellas tienen matrimonios normales y buenos.<br />
Si a eso le sumas que los matrimonios contraídos dentro mismo de la congregación por parte<br />
de miembros de la iglesia entre sí tampoco suelen ser un reaseguro de éxito conyugal, eso nos da un<br />
resultado de mayoría femenina y con profundos desacomodos en sus vidas domésticas.<br />
Yo todavía no puedo saber quien fue el inventor de la iglesia como lugar de contención <strong>para</strong><br />
este tipo de problemas. ¿Contención? ¿<strong>La</strong> iglesia del Señor, predestinada a recuperar el reino del<br />
Padre usurpado por el diablo y devolvérselo a Él, limitada a un opaco grupo de autoayuda? ¡Cuánto<br />
mal te ha hecho el humanismo descarnado iglesia mía!<br />
El caso es que es demasiada la gente la que llega a la iglesia con esa expectativa: encontrar<br />
una almohada fiel sobre la cual llorar sus desdichas. Que no estaría mal ni sería contraproducente en<br />
demasía, si no fuera porque paulatinamente, esa gente olvida a la figura central del sitio en el cual se<br />
encuentra y comienza a dedicar sus esfuerzos, amor, trabajo y alabanza a la figura humana a cargo.<br />
001 - <strong>La</strong> Iglesia Romántica…<br />
Y por alguna razón que la sociología quizás podría explicar debidamente y mejor que yo, que<br />
no tengo ninguna autoridad en esa materia, todas nuestras congregaciones cristianas se componen,<br />
como promedio, por un setenta y cinco por ciento de mujeres y el restante veinticinco por hombres y<br />
niños.<br />
Y eso, entre otros inconvenientes que luego detallaré, ha determinado que el espíritu que<br />
impera en la iglesia, todavía, tenga que ver mucho más con cierto romanticismo florido que con el<br />
espíritu guerrero que Dios pensó desde el principio <strong>para</strong> ella. No descubro nada si digo que la mujer<br />
tiene una tendencia sana al romanticismo muy por encima del hombre.<br />
Pero esto no es crítica, es realidad. Y una realidad que no deja de ser positiva y buena: la<br />
mujer es romántica por su propia naturaleza, mientras que el hombre es más…rústico, por<br />
catalogarlo de alguna manera más elegante a las decenas de bestias peludas que andamos por allí.<br />
Y si bien esa suavidad, esa femineidad romántica es excelente <strong>para</strong> adornar noviazgos y<br />
matrimonios, no resulta tan positiva ni exitosa a la hora de llevar adelante la marcha de la iglesia.<br />
Porque a la hora de elegir entre canciones de guerra o baladas que hablan de amor, la mayoría<br />
femenina inclina la balanza y el resultado tú lo conoces tan bien como yo.<br />
No puedo hacer de esto un análisis evaluativo de calibre profesional, pero sí puedo acotar<br />
pequeñas grageas que he ido recogiendo en mi experiencia personal por los templos de distinta<br />
categoría social, teológica, económica y espiritual: iglesia guerrera, veinte por ciento; iglesia de<br />
amor, ochenta por ciento.<br />
En una ocasión, una joven mujer que era oyente de uno de mis trabajos radiales, me<br />
preguntó si aceptaría ir a predicar a su iglesia. Le dije que sí, pero que lógicamente quien debía<br />
invitarme era su pastor, que con las intenciones de ella no era suficiente.