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cosas35 - The International Raoul Wallenberg Foundation

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una manera mucho más sencilla que como lo intentaron; pero no alcanzaba con<br />

exterminarlos. Allí había una teoría delirante: primero había que degradarlos y<br />

entonces los concentraron en los guetos, se los marcaba con el Maguen David,<br />

se separaba a las familias, se los iba matando de hambre de a poco. Después se<br />

los concentraba en el sitio de la deportación, iban a los campos o iban directo<br />

a la cámara de gas o iban a un régimen de trabajo forzado donde el promedio<br />

de vida era de 3 a 6 meses. Pero, ¿qué pasaba cuando ingresaban al campo ¡Se<br />

les quitaba todo! No podían conservar la fotografía de un amigo o de un ser<br />

querido, no se podían quedar con un mechón de pelo de una novia o de una<br />

esposa. No tenían nombre porque a partir de ese momento pasaban a ser el número<br />

tatuado en el brazo. De tal manera eran cosificados, que en lugar de seres<br />

humanos pasaban a ser objetos. Entonces, todo lo que se les hacía no se le estaba<br />

haciendo a un ser humano sino a alguien (o algo) que no tenía la condición<br />

humana, entonces todo era legítimo cuando se hacía contra ese objeto.<br />

Y en este escenario aparecen estos libros que como decía Kafka, “nos envuelven<br />

y nos arañan” como lo es “Sin título”. Realmente yo creo –porque no<br />

quisiera extenderme más, hemos venido a escuchar a Ana Vinocur y si dejamos<br />

correr las ideas esto podría hacerse muy largo-, yo creo, decía, que si a veces<br />

interviene el dedo de Dios en los asuntos humanos es precisamente en esas<br />

páginas de “Sin título”. Hagamos entonces como dijo León Felipe en aquellos<br />

versos inolvidables: “me callo, rompo mi violín y me vuelvo a callar”. Escuchemos<br />

entonces a Ana Vinocur. Muchas gracias.<br />

1<br />

No estamos solos

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