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Leer-el-pensamiento-del-Libertador-economia-y-sociedad1

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presenta la r<strong>el</strong>ación entre colonos e indígenas como casi idílica.En <strong>el</strong> mismo texto describe como paradisíaca la r<strong>el</strong>ación conlos esclavos. Al efecto, sostiene que “El esclavo en la Américaespañola vegeta abandonado en las haciendas, gozando, por decirloasí, de su inacción, de la hacienda de su señor y de unagran parte de los bienes de la libertad; y como la r<strong>el</strong>igión le hapersuadido que es un deber sagrado servir, ha nacido y existidoen esta dependencia doméstica, se considera en su estado natural,como un miembro de la familia de su amo, a quien amay respeta”.En este cuadro ideal o idealizado falta por explicar las violenciasde la Guerra de Colores. Al respecto, “El Americano”aduce que “La experiencia nos ha mostrado que ni aun excitadopor los estímulos más seductores, <strong>el</strong> siervo español, noha combatido contra su dueño; y por <strong>el</strong> contrario ha preferidomuchas veces, la servidumbre pacífica a la reb<strong>el</strong>ión. Los jefesespañoles de Venezu<strong>el</strong>a, Boves, Morales, Rosete, Calzaday otros, siguiendo <strong>el</strong> ejemplo de Santo Domingo, sin conocerlas verdaderas causas de aqu<strong>el</strong>la revolución, se esforzaron ensublevar toda la gente de color, inclusive los esclavos, contralos blancos criollos, para establecer un sistema de desolación,bajo las banderas de Fernando VII. Todos fueron instados alpillaje, al asesinato de los blancos; les ofrecieron sus empleosy propiedades; los fascinaron con doctrinas supersticiosas enfavor d<strong>el</strong> partido español, y, a pesar de incentivos tan vehementes,aqu<strong>el</strong>los incendiarios se vieron obligados a recurrir ala fuerza, estableciendo <strong>el</strong> principio, que los que no sirven enlas armas d<strong>el</strong> rey son traidores o desertores: y, en consecuencia,cuantos no se hallaban alistados en sus bandas de asesinoseran sacrificados, <strong>el</strong>los, sus mujeres, hijos y hasta las poblacionesenteras; porque a todos obligaban a seguir las banderas d<strong>el</strong>rey. Después de tanta cru<strong>el</strong>dad, de una parte, y tanta esperanzade otra, parecerá inconcebible que los esclavos rehusasensalir de sus haciendas, y cuando eran comp<strong>el</strong>idos a <strong>el</strong>lo, sinpoderlo evitar, luego que les era posible, desertaban. La verdadde estos hechos se puede comprobar con otros que pareceránmás extraordinarios” (Lecuna, 1947, T.I: 178-181). No parece

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