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12 El señalador Vicio, lo que se dice vicio, es otra cosa. Pero los fundamentalistas de la moral y las buenas costumbres, que ahora cultivan tomates y manzanas orgánicas (un lujo que sólo pueden pagar sus holgados bolsillos) y marchan en todo el mundo contra la matanza de animales para el consumo de su carne (porque lo que hoy se lleva es ser vegano), hicieron sus primeros pinitos persiguiendo y derrotando al tabaco: en apenas unos años fumar pasó de ser un rasgo de distinción y misterio a la costumbre más repugnante que alguien pudiera manifestar en público. El vicio por antonomasia, en su definición más conservadora: una práctica depravada y degradante. Y si bien es cierto que los fumadores han hecho uso y abuso de su derecho a morir de una forma lenta y placentera (somos ex fumadores, sí, pero jamás exhibiremos la fe de los conversos: ¡en 2001 viajamos a Europa por primera vez y reservamos asiento en la última fila, destinada a los fumadores compulsivos, a diez mil metros de altura!) el cigarrillo tampoco puede tener la culpa de todos los males. Es, apenas, el último chivo expiatorio. Largas esperas, noches, conversaciones, espectáculos y relaciones de pareja han resultado soportables gracias a la compañía del tabaco en sus más diversas manifestaciones. O fumábamos o moríamos de estrés y aburrimiento. Por lo demás, existen pocos vicios (y pocas drogas) que hayan aportado a la literatura obras inspiradas en el paciente desarrollo de su hábito. el VICIO DE fumar Por Maximiliano Tomas* Cigarrillos y escritura, un solo corazón, como ya lo sabía el propio André Gide, que fumó hasta los ochenta años: “Escribir es, para mí, un acto complementario al placer de fumar”. Qué tal. Hace un tiempo me pidieron del sitio web de una enciclopedia de autores hispanoamericanos un texto breve sobre la literatura y el tabaco, y no resultó demasiado difícil rastrear el que muchos consideran el primer testimonio de esta fructífera relación. Está en el Don Juan de Molière: “Diga lo que diga Aristóteles y toda la filosofía, no hay nada comparable al tabaco... Quien vive sin tabaco, no merece vivir”. También me acordaba de un célebre poema de Fernando Pessoa, “Tabaquería”. Pero si me preguntan acerca del mejor texto sobre el hábito de fumar, me quedo una vez más con el relato “Sólo para fumadores” de Julio Ramón Ribeyro. Ay, Ribeyro: un enorme cuentista peruano (nacido en Lima en 1929 y muerto en la misma ciudad, en 1994, debido al abuso del tabaco por largas décadas) que usted no podrá leer, no al menos en la Argentina y fácilmente. Si quiere saber por qué, pregúntele a sus editores y a sus herederos. Eso sí: a precio euro, buena parte de su obra (porque Ribeyro escribió cuentos, novelas, ensayos, unos aforismos geniales y hasta teatro) puede conseguirse en España y alrededores. Sus cuentos están agrupados bajo el título La palabra del mudo. Sus pensamientos más logrados tal vez estén en Prosas apátri- das. Y sus diarios, que abarcan casi toda su biografía, llevan por nombre La tentación del fracaso. Ribeyro era también, queda claro, un gran titulador. Decíamos, entonces, que Ribeyro es como el Borges peruano, pero un Borges cimarrón, como cruzado con Roberto Arlt. Un fumador empedernido de dos paquetes al día que en “Sólo para fumadores” se da el gusto de contar la trágica e hilarante historia personal de su hábito. “Fumaba no sólo cuando preparaba un examen sino cuando veía una película, cuando jugaba ajedrez, cuando abordaba a una guapa, cuando me paseaba solo por el malecón, cuando tenía un problema, cuando lo resolvía”, escribe, mientras va asociando sus experiencias y recuerdos a las marcas de tabaco (Chesterfield, Inca, Lucky Strike, Gauloises, Marlboro, Dunhill) que fue prefiriendo año tras año y latitud tras latitud. Como el fumar “había ido ya enhebrando con casi todas las ocupaciones de mi vida”, y en su vida no pocas veces se topaba con dificultades económicas, Ribeyro narra en detalle las consecuencias de la desesperación de quedarse sin cigarrillos. Como cuando en París llegó a rematar su más preciada posesión, su biblioteca entera, para comprar tabaco. “Sólo para fumadores” es un cuento autobiográfico (un texto que según declaró Ribeyro no busca ser “ni un elogio ni una diatriba contra el tabaco”) y, como a veces suele demandar el género, encuentra su final en el mismo lugar donde había comenzado, solo que luego de un largo rodeo y una transformación completa de su personaje principal: “Entre escritores y fumadores hay un estrecho vínculo, como dije al comienzo. ¿No habrá otro entre fumadores e islas? Renuncio a esta nueva digresión. Veo además con aprensión que no me queda sino un cigarrillo, de modo que le digo adiós a mis lectores y me voy al pueblo en busca de un paquete de tabaco” * Editor literario, crítico y periodista cultural.
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