Revista Quid 55

quiere “negar la muerte”. ¿Qué hay en el libro que le
ayude –y nos ayude a los lectores– a hacerlo? En realidad,
quise decir que sabemos que existe la muerte, pero que
es deseable vivir como si no existiera. Esa es una manera más
sana de vivir. Porque yo pienso que esta novela no tiene nada
que ver con la muerte, este relato es una afirmación de la
vida. Lo que quise transmitir al escribir esta novela fue continuar
con lo hecho a través de toda mi obra: una crónica de
la existencia femenina. En sus diferentes formas. No ha sido
algo que me haya propuesto hacer al principio, pero ha ido
saliendo así. Al verlo desde esta mirada más adulta, me doy
cuenta de que mis novelas son un recorrido por las diferentes
edades de la mujer. Entonces, al llegar a esta etapa de la madurez,
cuando me propuse reconocer los cambios que vienen
con esa circunstancia, me encontré con que tenía una resistencia
a plasmarlos por escrito. Porque cuesta aceptarlos, ya
que la valoración de la mujer tiene que ver con la belleza y la
juventud. La idea que tenemos, no es algo real pero está muy
difundido culturalmente, es que después de los 40 te vas a
volver invisible y vas a tener que tejer escarpines e ir a la iglesia.
Así que me dije que tenía que enfrentar ese miedo y ver
por qué lo padecía. Tengo un poema que dice que para las
mujeres las arrugas son como si nos hubiéramos sacado una
mala nota en un examen, y tenemos que andar con esos aplazos
en la cara enseñándoselos a todos. Nos sentimos culpables
por envejecer, porque haya pasado el tiempo. Todo eso forma
parte del reto que me puse al escribir esta novela. Porque la
experiencia real ha sido muy diferente. Más bien he llegado a
un momento de mi vida en que cosecho de todo lo que sembré,
las angustias y las inseguridades vividas van pasando, y lo
que queda es una sensación de plenitud, un gran disfrute y
una enorme libertad.
–El texto tiene una fuerte impronta erótica, y ha comentado
que “los hombres hicieron su vida muy feliz”.
¿Cómo hace para reivindicar la sensualidad en la madurez
de la edad y en una época tan deserotizada como
esta? Bueno, porque yo creo que eso es algo que nosotros,
los que ya hemos vivido un poquito más, le podemos dar a
los jóvenes. Un legado, un regalo. Porque es un erotismo
diferente, más hedonista, que no tiene que ver con la proeza.
No son los juegos olímpicos, sino el erotismo del disfrute y el
aceptarse. Y apreciar esa capacidad de vivirlo como quien está
leyendo y releyendo un libro bueno.
–Hay en el libro escenas muy intensas de situaciones de
sexo muy bien transmitidas, no sólo en la descripción,
sino en la muy precisa y rigurosa interpretación de sensaciones
y pensamientos de su personaje protagónico.
Cuando escribe ese tipo de textos, ¿se emociona con su
propia obra? ¿Le provoca alguna excitación? ¿En qué
se inspira para plasmarlos tan bien? Me inspiro en…
recuerdos (se ríe con una carcajada diáfana). En parte me inspiro
en eso, y me encanta celebrar la belleza de la sexualidad
y del amor. Me parece, además, que tengo una voz diferente.
Porque incorporo la poesía, que
ha sido parte de mi vida. Siempre
he pensado que la vulgaridad
no tiene nada que ver con la
sensualidad. Para mí es todo lo
contrario, es la sublimación del
placer y la belleza. Creo que esa
forma de escribirlo llega como
una transmisión no sólo del
disfrute, sino de pensar el sexo
de otra manera. Quería marcar
un contraste con la forma como
se ha estado escribiendo del
erotismo últimamente, en libros
muy exitosos. Que es a través de
una sensualidad perversa, que tiene que ver con el poder y la
tentación del sometimiento. En mi novela está en cambio la
tentación de la liberación.
–Su vida es casi una novela, y de las buenas y difíciles
de dejar de leer. ¿A qué se debe su miedo al envejecimiento,
que ha planteado en su nuevo libro a través del
personaje protagónico, y en múltiples declaraciones?
A lo que le tengo miedo es a la decrepitud, que es algo a lo
que todos le tememos. Y claro, lo que rechazo y me cuesta
aceptar es la idea de la muerte. Yo quiero vivir como si la
muerte no existiera. Mi suegro vivió así, y para mí es un modelo
de cómo no pensar en eso. Y él vivió feliz hasta los 92 años.
–Usted suele hacer apología del helado, reivindicar
sus caderas anchas, y proponer un arquetipo de mujer
mucho más relajado que el que imponen los medios de
la época. ¿Cuál es el secreto para atravesar tiempos de
extendida impostura con esa actitud tan natural? Ay, no
sé. No creas que a veces no soy víctima de la inseguridad (risas).
Creo que pasa por tener otra idea de la belleza. Para mí,
el atractivo más importante viene de adentro, me siento más
bella cuando estoy alegre, por ejemplo. Cuando estoy de mal
humor, sé que no estoy transmitiendo nada agradable. Pero
no sé, quizás como soy tropical, las caderas anchas nunca me
han caído mal.
–En la novela se percibe un ritmo vertiginoso de narración,
muy cinematográfico y despojado, como si la
historia fuera contrarreloj. ¿Qué la impulsó a elegir ese
tratamiento? ¿Transmitir cierta voracidad por disfrutar
la vida? Sí. Y crear mucha anticipación. Traté de generar
suspenso en una historia que de alguna manera es predecible.
Ya me ha pasado en varias novelas. Como por ejemplo en
El mundo en la palma de la mano, que es sobre Adán y Eva,
donde vos sabés lo que va a pasar, obviamente. Es un reto narrativo
que a mí me gusta.
–Como la extraordinaria poeta que es, ¿en qué aspectos
de la vida cotidiana de estos tiempos piensa que
podemos encontrar poesía? Creo que la poesía se puede
encontrar en la misma desesperación
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