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Revista Quid 55

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12<br />

El<br />

señalador<br />

Vicio, lo que se dice vicio, es otra cosa.<br />

Pero los fundamentalistas de la moral y<br />

las buenas costumbres, que ahora cultivan<br />

tomates y manzanas orgánicas (un<br />

lujo que sólo pueden pagar sus holgados<br />

bolsillos) y marchan en todo el mundo<br />

contra la matanza de animales para el<br />

consumo de su carne (porque lo que hoy<br />

se lleva es ser vegano), hicieron sus primeros<br />

pinitos persiguiendo y derrotando<br />

al tabaco: en apenas unos años fumar<br />

pasó de ser un rasgo de distinción y misterio<br />

a la costumbre más repugnante que<br />

alguien pudiera manifestar en público. El<br />

vicio por antonomasia, en su definición<br />

más conservadora: una práctica depravada<br />

y degradante.<br />

Y si bien es cierto que los fumadores han<br />

hecho uso y abuso de su derecho a morir<br />

de una forma lenta y placentera (somos<br />

ex fumadores, sí, pero jamás exhibiremos<br />

la fe de los conversos: ¡en 2001 viajamos<br />

a Europa por primera vez y reservamos<br />

asiento en la última fila, destinada a los<br />

fumadores compulsivos, a diez mil metros<br />

de altura!) el cigarrillo tampoco puede<br />

tener la culpa de todos los males. Es,<br />

apenas, el último chivo expiatorio. Largas<br />

esperas, noches, conversaciones, espectáculos<br />

y relaciones de pareja han resultado<br />

soportables gracias a la compañía del<br />

tabaco en sus más diversas manifestaciones.<br />

O fumábamos o moríamos de estrés<br />

y aburrimiento. Por lo demás, existen<br />

pocos vicios (y pocas drogas) que hayan<br />

aportado a la literatura obras inspiradas<br />

en el paciente desarrollo de su hábito.<br />

el VICIO DE fumar<br />

Por Maximiliano Tomas*<br />

Cigarrillos y escritura, un solo corazón,<br />

como ya lo sabía el propio André Gide,<br />

que fumó hasta los ochenta años: “Escribir<br />

es, para mí, un acto complementario<br />

al placer de fumar”. Qué tal.<br />

Hace un tiempo me pidieron del sitio<br />

web de una enciclopedia de autores<br />

hispanoamericanos un texto breve sobre<br />

la literatura y el tabaco, y no resultó demasiado<br />

difícil rastrear el que muchos<br />

consideran el primer testimonio de esta<br />

fructífera relación. Está en el Don Juan<br />

de Molière: “Diga lo que diga Aristóteles<br />

y toda la filosofía, no hay nada comparable<br />

al tabaco... Quien vive sin tabaco,<br />

no merece vivir”. También me acordaba<br />

de un célebre poema de Fernando Pessoa,<br />

“Tabaquería”. Pero si me preguntan<br />

acerca del mejor texto sobre el hábito<br />

de fumar, me quedo una vez más con el<br />

relato “Sólo para fumadores” de Julio<br />

Ramón Ribeyro.<br />

Ay, Ribeyro: un enorme cuentista peruano<br />

(nacido en Lima en 1929 y muerto<br />

en la misma ciudad, en 1994, debido<br />

al abuso del tabaco por largas décadas)<br />

que usted no podrá leer, no al menos<br />

en la Argentina y fácilmente. Si quiere<br />

saber por qué, pregúntele a sus editores<br />

y a sus herederos. Eso sí: a precio euro,<br />

buena parte de su obra (porque Ribeyro<br />

escribió cuentos, novelas, ensayos, unos<br />

aforismos geniales y hasta teatro) puede<br />

conseguirse en España y alrededores. Sus<br />

cuentos están agrupados bajo el título La<br />

palabra del mudo. Sus pensamientos más<br />

logrados tal vez estén en Prosas apátri-<br />

das. Y sus diarios, que abarcan casi toda<br />

su biografía, llevan por nombre La tentación<br />

del fracaso. Ribeyro era también,<br />

queda claro, un gran titulador.<br />

Decíamos, entonces, que Ribeyro es<br />

como el Borges peruano, pero un Borges<br />

cimarrón, como cruzado con Roberto<br />

Arlt. Un fumador empedernido de dos<br />

paquetes al día que en “Sólo para fumadores”<br />

se da el gusto de contar la trágica<br />

e hilarante historia personal de su hábito.<br />

“Fumaba no sólo cuando preparaba un<br />

examen sino cuando veía una película,<br />

cuando jugaba ajedrez, cuando abordaba<br />

a una guapa, cuando me paseaba solo por<br />

el malecón, cuando tenía un problema,<br />

cuando lo resolvía”, escribe, mientras va<br />

asociando sus experiencias y recuerdos a<br />

las marcas de tabaco (Chesterfield, Inca,<br />

Lucky Strike, Gauloises, Marlboro, Dunhill)<br />

que fue prefiriendo año tras año y<br />

latitud tras latitud. Como el fumar “había<br />

ido ya enhebrando<br />

con casi todas<br />

las ocupaciones<br />

de mi vida”, y en<br />

su vida no pocas<br />

veces se topaba<br />

con dificultades<br />

económicas,<br />

Ribeyro narra<br />

en detalle las<br />

consecuencias de<br />

la desesperación<br />

de quedarse sin<br />

cigarrillos. Como cuando en París llegó a<br />

rematar su más preciada posesión, su biblioteca<br />

entera, para comprar tabaco.<br />

“Sólo para fumadores” es un cuento autobiográfico<br />

(un texto que según declaró<br />

Ribeyro no busca ser “ni un elogio ni una<br />

diatriba contra el tabaco”) y, como a veces<br />

suele demandar el género, encuentra<br />

su final en el mismo lugar donde había<br />

comenzado, solo que luego de un largo<br />

rodeo y una transformación completa de<br />

su personaje principal: “Entre escritores<br />

y fumadores hay un estrecho vínculo,<br />

como dije al comienzo. ¿No habrá otro<br />

entre fumadores e islas? Renuncio a esta<br />

nueva digresión. Veo además con aprensión<br />

que no me queda sino un cigarrillo,<br />

de modo que le digo adiós a mis lectores<br />

y me voy al pueblo en busca de un paquete<br />

de tabaco”<br />

* Editor literario, crítico y periodista cultural.

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