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Revista Quid 55

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Tema de tapa<br />

uno / cine<br />

Escena de Qué duro es ser un Dios, de Aleksei German (2013)<br />

En el planeta DE Los ADICTOS<br />

Por Roger Koza*<br />

16<br />

Un día viernes de primavera, un día como cualquier otro, después<br />

de un calor insoportable, llueve a cántaros. Nada, absolutamente<br />

nada, lleva a pensar que, tras unas horas en las que toda la ciudad<br />

debe adaptarse a esa presunta inclemencia del tiempo, ocurrirán<br />

los imperfectos indeseables que semejante fenómeno atmosférico<br />

suele propiciar. En ciertos casos, el efecto es devastador. Por cada<br />

lluvia copiosa llega la noticia de rigor sobre los inundados. La improvisación<br />

del urbanismo y la contingencia de la civilización se<br />

evidencian: la infraestructura general de las ciudades no conjuran<br />

la vulnerabilidad de la especie. Por cada lluvia, una panorámica<br />

devuelve la dimensión del desastre. La ciudad no protege.<br />

Un día cualquiera, ese viernes, como tantos otros. Y sin embargo<br />

será distinto. En esta ocasión, por suerte, no hubo damnificados en<br />

la ciudad. Es decir: no hubo una panorámica para entender el desastre,<br />

pero sí un primer plano (imaginario). En ese día, los desagües<br />

no dieron abasto y alguna cloaca se tapó. En pleno centro de<br />

la ciudad, en su avenida emblemática, allí en donde viven los aristócratas<br />

de antaño y los nuevos ricos de las décadas recientes, las<br />

aguas servidas brotaban en el medio de la calle, como si se tratara<br />

de un manantial concebido por el demonio. El sol volvió rápido y<br />

secó con la efectividad que lo caracteriza las calles aledañas, pero<br />

el astro no pudo con esa cuadra: seguía empapada, y cierta fragancia<br />

se apoderaba del olfato de los hombres. Los transeúntes olían e<br />

intentaban mirar para otro lado. Pero la disociación a través de un<br />

sentido dogmático como el de la vista no alcanzaba. La nariz vencía<br />

al ojo y, por más que se intentara dejar de oler, la persistencia<br />

del hedor se imponía como un decreto de la naturaleza. La mayoría,<br />

lógicamente, aceleraba la marcha para dejar rápido ese paraje<br />

inmundo que destituía maléficamente la eficacia de un procedimiento<br />

característico de nuestro orden civilizatorio, a saber: toda<br />

nuestra mierda se debe depositar y enviar a un mundo invisible.<br />

Los abscesos hablan siempre de lo reprimido, como los deshechos<br />

y la basura, excesos improductivos que comportan siempre<br />

el inconsciente de cualquier sistema productivo. Ya volveremos<br />

cinematográficamente a ese paraje inicial que tanto incomodaba.<br />

Es como la mugre bajo la uña que, como lo recordaba Foucault,<br />

impedía a Platón explicar con qué idea sempiterna se correspondía<br />

esa suciedad microscópica tan imperceptible al tacto como<br />

visualmente molesta en las extremidades superiores.<br />

Al decir exceso y al pensar en vicios empiezan a sonar las trompetas<br />

puritanas de la moral, siempre matizada por nuestras representaciones<br />

torpes y automáticas acerca de los placeres de una<br />

vida licenciosa y las consecuencias negativas que inevitablemente<br />

provienen de los excesos. A toda borrachera le sigue una resaca, a<br />

todo viaje con drogas le prosigue el indeseado bajón. Se dirá con<br />

razón que los vicios deterioran, y de allí se predicará que la virtud<br />

consistirá en permanecer lejos de esas tentaciones hedonistas que<br />

tanto mal hacen al alma. En verdad, más que una moral que satanice<br />

una práctica o que eleve la abstención de ella a una práctica<br />

virtuosa, se necesita antes pensar políticamente los excesos. Para<br />

eso, la película paradigmática del año, por cómo se adentra en la<br />

economía política de los excesos, no puede ser otra que El lobo de<br />

Wall Street (2013), de Martin Scorsese.<br />

A esta altura, probablemente, no habrá muchos lectores que no la<br />

hayan visto. Como se sabe, Leonardo Di Caprio interpreta a Jordan<br />

Belfort, un típico ciudadano de clase media baja de Estados

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