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Revista Quid 55

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En pleno el siglo XXI no es lo mismo que en el destape que<br />

siguió a la muerte de Franco pero desde Buenos Aires a Nueva<br />

York no hace falta explicar qué significa Ibiza.<br />

Ibiza para gente como uno<br />

Hasta aquí, describimos un panorama que no es excluyente.<br />

Uno puede, es mi caso, disfrutar de la isla sin bailar ni trasnochar<br />

y pasarla muy bien. Disfrutar de un clima mediterráneo<br />

templado, con 2800 horas de sol anual, ideal para sobrellevar<br />

los calores europeos porque el viento del mar es un grato compañero<br />

con temperaturas de 13 a 24 grados de máxima.<br />

El invierno puede ser una buena apuesta porque el clima es<br />

seco y templado, sin pasar la barrera del bajo cero, con mínimas<br />

entre 6 y 16 grados y una media de sol cotidiano de seis horas.<br />

Con la ventaja de tener mejores precios en los hoteles al bajar<br />

la demanda porque los jóvenes se fueron detrás de su Ruta del<br />

Bakalao en otras latitudes aunque Pacha, que tiene franquicias<br />

hasta en Egipto y Dubai, se mantenga abierta todo el año.<br />

Ibiza<br />

La isla recibe unos cinco millones de pasajeros por año, en su<br />

gran mayoría en la temporada alta cuando llega el 85% de los<br />

viajeros. El pico se da entre mayo y octubre para disfrutar la<br />

playa y sus 210 kilómetros de costa. La temperatura promedio<br />

es de 25 grados, con pocas lluvias, y el agua no está fría.<br />

El vestuario no es problema y es útil “viajar con poco”. Por las<br />

noches basta un pulóver liviano o una campera para el viento, el<br />

pantalón largo de algodón es el más popular hasta que llegamos<br />

al principio del otoño porque puede haber lluvia y viento y la<br />

temperatura baja, sin exagerar, a los 17 grados.<br />

30 años no es nada<br />

Los nostálgicos recuerdan los años 90 iniciales de la Ruta del<br />

Bakalao, con el hedonismo discotequero y la competencia entre<br />

las grandes discotecas mundiales. Algunos aseguran que el<br />

nombre deriva de un tema musical Seek & Destroy que nombraba<br />

al “bakalao del bueno”.<br />

En ese momento se estableció un circuito de discotecas que iba<br />

encadenando horarios, lo que permitía, en muchos casos drogas<br />

mediante, pasar todo el fin de semana (en ocasiones de jueves<br />

a lunes) de fiesta continua. Los protagonistas de entonces son<br />

hoy los padres de los nuevos habitués y están más tranquilos<br />

o retirados. Lo mismo que algunos hippies que sobreviven en<br />

algunas comunas en la isla como habitantes de todo el año y no<br />

sólo en el verano. Por supuesto que recuerdan la época de las<br />

“movidas” y luego “marchas” con Almodóvar o Alaska. O estar<br />

“colocados” (una referencia es el libro de Wilson Wilkie, Buzzed,<br />

con “lo que hay que saber sobre las drogas más consumidas<br />

desde el alcohol al éxtasis”). La música, entonces como ahora,<br />

es la base del fenómeno y los DJ son sus estrellas. Algunos<br />

como residentes permanentes y otros como invitados. Con la<br />

novedad que pueden ir y venir de Las Vegas o París.<br />

Algunos locales comenzaron a abrir los domingos a las 9 de la<br />

mañana e incorporar mesas con dos platos en las cabinas para<br />

crear sus mezclas, cócteles a su manera.<br />

En las discotecas ya no había seiscientas personas sino miles y<br />

salían discotecas como hongos.<br />

Hay costumbres que se mantienen, por ejemplo citarse al atardecer<br />

en la playa de San Antonio para oír música relajada (chill<br />

out). Allí sigue el Café del Mar que ya grabó veinte temporadas<br />

con sus discos.<br />

Como vimos a lo largo de este fugaz pantallazo del turismo de<br />

ayer y hoy en Ibiza, con sus clásicos de playa, sol, música y posibles<br />

excesos. Brújulas de una experiencia contagiosa o<br />

melancólica<br />

Horacio de Dios<br />

TESTIMONIO PERSONAL<br />

Grumete de Barba Blanca<br />

Siempre repito, con gratitud a mi oficio, que ser periodista es la manera<br />

más divertida de ser pobre. Y lo comprobé al reencontrarme en<br />

Ibiza con Daniel Mallo, compatriota y amigo de toda la vida, que me<br />

invitó a volver en su barco Gran Finale hasta Barcelona. Sin pensarlo<br />

me encontré convertido en un grumete de barba blanca que debutaba<br />

en el Mediterráneo. Seguramente exagero, pero el destino no<br />

puede quedarse siempre en minúsculas.<br />

Salimos antes que amaneciera, a las cuatro de la madrugada. En<br />

la computadora teníamos el pronóstico del mar que nos íbamos a<br />

encontrar y por supuesto el GPS de la ubicación satelital. El barco<br />

ronroneaba y se balanceaba con ritmo de bolero. Era un día de novela<br />

con la única protección necesaria de un buen filtro para los rayos<br />

ultravioletas Luego de un buen café para despabilarme me senté en<br />

el asiento del copiloto en la cubierta bajo el toldo. Todo era tan lindo<br />

que pasaron casi doce horas de viaje sin que preguntara a qué hora<br />

llegaríamos a Barcelona, aunque al atardecer ya advirtiera que se<br />

agigantaba su imagen.<br />

Y me pasa al escribir ahora algo muy parecido a lo que sentí en ese<br />

momento, me inunda el silencio. Los hechos mínimos, el salto de un<br />

pez a estribor, el brillo del agua que parece reverberar bajo un cielo<br />

azul sin una nube, las cambiantes caricias del viento, la lenta y enceguecedora<br />

curva que da el sol en su rutina cotidiana, el olor fresco al<br />

mar, el no sé qué de sentirse vivo y feliz.<br />

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