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Los<br />
excesos<br />
del<br />
Vacío<br />
Por Christian Kupchik*<br />
En la parte final de la novela Una letra femenina azul pálido,<br />
del austríaco Franz Werfel, la protagonista Vera Wormser<br />
no ve otra salida que abandonar Austria ante el irreparable<br />
ascenso del nazismo. Leónidas, afectado en su amor por<br />
Vera, afirma sin atisbos de interrogación: “De modo que<br />
viaja usted a Nueva York”. Vera se mostrará sorprendida:<br />
“¡Oh, no! ¿Nueva York? (…) No aspiro a tanto. Me voy a<br />
Montevideo.”<br />
“Montevideo –repitió Leónidas en tono alelado–, eso queda<br />
tan lejos…”<br />
“¿Lejos de dónde?” –respondió tranquilamente Vera.<br />
Esa pregunta, “¿lejos de dónde?”, sirvió también de título a<br />
un ensayo de Claudio Magris sobre Joseph Roth y a una<br />
novela del argentino Edgardo Cozarinsky, pero aun antes<br />
que ellos, se convirtió en la melancólica adivinanza que repiten<br />
los exiliados que sienten haber perdido su centro de<br />
gravedad.<br />
Así como la distancia no resulta sencilla de cuantificar cuando<br />
intervienen factores subjetivos, la misma cuestión puede<br />
ser trasladada al concepto de exceso: ¿apuntaban a ese significado<br />
las bacanales romanas dedicadas al dios Baco? ¿Existen<br />
amores excesivos? ¿Es verdad que en la actualidad hay<br />
un exceso de información? Todo depende… El 21 de mayo<br />
1899 un hombre de 26 años de origen alemán fue arrestado<br />
por conducir con exceso de velocidad; este hecho habría<br />
de convertirlo en protagonista de todos los periódicos de la<br />
época. El caballero mereció una condena pública debido a<br />
su temeridad, que lo llevó a conducir a dieciocho kilómetros<br />
por hora cuando el límite permitido en la localidad por la<br />
que atravesó era de tan sólo trece. Obviamente, hoy este<br />
“exceso” mueve a risa, tanto como otros marcados por las<br />
modificaciones en los hábitos y prácticas de conducta de<br />
cada época.<br />
En su diccionario personal de uso del español, María Moliner<br />
expone los sentidos habituales derivados del término,<br />
entendiendo como exceso “lo que sobra”, “lo que excede”,<br />
en suma, “acción en que se pasa el límite de lo conveniente<br />
o razonable”. Pero al mismo tiempo, lo asocia a otra palabra<br />
a la que está ligada etimológicamente: “abuso”. El verbo<br />
abusar consta de dos elementos latinos: el prefijo “ab”, que<br />
además de la idea de alejamiento o repulsión, expresaría<br />
precisamente “exceso” o “superación”. La voz latina abusus<br />
(del verbo abuti) indicaba “uso indebido”, pero antiguamente<br />
prevalecía el sentido de “perjudicar”, “burlar”, para luego<br />
derivar hacia “usar en exceso”. Si nos atenemos al significado<br />
de que el exceso está medido por la superación de un límite<br />
“conveniente o razonable”, nos enfrentamos a un nuevo problema:<br />
¿quién establece dicha frontera?<br />
El exceso ostenta, ya desde su definición, una connotación<br />
negativa al estar asociado con situaciones o prácticas que<br />
poco a poco se van repitiendo hasta transformarse en verdaderas<br />
obsesiones. Muchos de estos hábitos pueden desembocar<br />
en adicciones o patologías de diverso tipo. Estas<br />
conductas compulsivas ligadas a hábitos de comportamiento<br />
que pueden resultar autodestructivos –y no sólo los incentivados<br />
por productos o agentes externos, como el alcohol<br />
o las drogas, sino también por condicionantes psicológicos,<br />
como el caso del placer adrenalínico que generan muchos<br />
deportes de alto riesgo, la adicción a los juegos de azar o el<br />
propio consumo de bienes desenfrenado– obedecen por lo<br />
general a algún tipo de problema subyacente.<br />
Pero más allá de cuál sea la naturaleza detrás del exceso en<br />
cuestión, ante todo existe una dimensión ética del asunto.<br />
Aristóteles identifica la “virtud” (areté) con el “hábito”<br />
(héksis), es decir, actuar según el “justo término medio” con-<br />
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