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La Sirena Varada: Año II, Número 14

El decimocuarto número de "La Sirena Varada: Revista literaria"

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se requiere pasar por el primero y el<br />

primero surge por la suma continua de<br />

frustraciones: el cínico en el amor es el<br />

más conspicuo de los creyentes en el<br />

amor de Ovidio, pero termina expresando<br />

el amor de Yago en Otelo de Shakespeare.<br />

Yago, ese personaje de Otelo<br />

amargo, sin amor, incapaz de confiar,<br />

con abierta maledicencia, y que produce<br />

la expresión más clara de lo funesto<br />

y que, en un plano amplio, más amplio,<br />

es un ignorante de lo que hacía —porque<br />

según el filósofo fundador de la<br />

Academia, Platón, ningún ser humano<br />

se hace daño a sí mismo, por lo que<br />

quien hace el mal ignora lo que está<br />

haciendo en realidad— expresó a Ludovico<br />

cuando éste inquiere sobre Otelo<br />

tratando de revertir, sutilmente, la<br />

opinión del primero sobre el segundo:<br />

¡Ay, ay!<br />

No sería honrado de mi parte hablar<br />

sobre aquello que he visto y he sabido.<br />

Lo observaréis vos mismo y sus acciones<br />

dárenle a conocer de tal manera<br />

que las palabras sobran.<br />

Seguidle y observad en lo que para.<br />

Lo que torna perverso a Yago —y no solamente<br />

en un ser humano incapaz de<br />

dar y recibir afecto, que sufre por desamor,<br />

y que lo expresa a través de su<br />

cinismo sobre el mundo humano— es<br />

la simulación de espontaneidad y libertad,<br />

que aparenta seguir los claros imperativos<br />

categóricos kantianos, que<br />

muestra una honestidad ficticia que<br />

supone la evidencia a partir de la «la<br />

realidad» —en una falsa realización de<br />

transparencia— cuando Yago le dice a<br />

Ludovico: «Lo observaréis vos mismo y<br />

sus acciones dárenle a conocer de tal<br />

manera que las palabras sobran». Lo<br />

mismo ocurre con la literatura, la literatura<br />

está más allá de las palabras y<br />

cuando el objeto son las palabras nos<br />

tornamos como Yago: en un ser humano<br />

artificial que pretende, falsamente,<br />

ser espontáneo. Sin que sea una regla<br />

universal, pero sí una posibilidad, la<br />

artificialidad que nos anime en nuestro<br />

acercamiento a la literatura, a la<br />

mística o al amor, es que puede llevarnos<br />

a todo aquello que no es literatura,<br />

mística ni amor y, como Yago, aún<br />

si pretendemos realizar la honradez al<br />

hablar cometeremos yerros que solamente<br />

reflejarán el estado frágil y poco<br />

estructurado de nuestra personalidad<br />

evidenciándose, en síntesis, la incapacidad<br />

de vincularnos a un Universo<br />

que demanda de los seres humanos<br />

la renuncia por controlar y dirigir una<br />

suma de antes que son, fundamentalmente,<br />

libres y, esencialmente, auténticos.<br />

Esto es cuando nos acercamos a<br />

la literatura con una intención, cuando<br />

nuestra acción nos aproxima al hacer y<br />

nos aleja del ser, lo que buscamos en<br />

realidad es controlar perdemos la espontaneidad<br />

y, a través de ella, la literatura,<br />

la mística o el amor.<br />

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