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La Sirena Varada: Año II, Número 14

El decimocuarto número de "La Sirena Varada: Revista literaria"

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De paseo con sus hijas otra vez. No<br />

he conocido a alguien que disfrute<br />

tanto de pasear con sus hijas. Quizá<br />

el huevón de Mario debería aprender<br />

algo de su vecino, no ha hecho más que<br />

quejarse desde que nos mudamos, pensó<br />

Diana, al asomarse una vez más por<br />

la ventana del salón que daba a la calle.<br />

—El vecino está de paseo de nueva<br />

cuenta. Míralo, disfrutando el atardecer<br />

mientras empuja con suavidad la<br />

carriola donde van sus hijas.<br />

Mario miró a su mujer con ojos inquisidores<br />

mientras, sentado sobre el<br />

sofá, deshacía el nudo de las agujetas<br />

que ataban sus zapatos. ¡Esos zapatos<br />

le pulverizaban los pies! Sentía un gran<br />

alivio poder quitárselos al llegar a casa.<br />

Elevó un suspiro de alivio al sentir la alfombra<br />

bajo sus pies y dijo:<br />

—Déjale en paz. ¡Por Dios!<br />

—¡Estoy aburrida! A duras penas puedo<br />

levantarme de la cama y ver lo que<br />

pasa por la ventana. Sólo veo al vecino<br />

caminando con sus hijas, disfrutando<br />

el paseo —y comenzaron los sollozos<br />

de Diana mientras jalaba la cortina un<br />

poco a la derecha para continuar viendo<br />

por la ventana.<br />

Mario, descalzo, se dirigió a la nevera.<br />

Tomó algunos hielos y los dejó caer con<br />

suavidad dentro del vaso de base ancha.<br />

Destapó una botella de whisky y vertió<br />

un chorro sobre los hielos para escucharles<br />

crujir. Sorbió un poco y refrescó<br />

la garganta. Era un fastidio llegar a casa,<br />

pero amaba a su mujer y a su hija en camino,<br />

por ello procuraba expresarse con<br />

la mayor afabilidad posible.<br />

—Mi amor, sabes que ha sido instrucción<br />

del médico —se acercó a ella y le<br />

abrazó por detrás con ternura, tentando<br />

el vientre de casi siete meses de embarazo,<br />

consiguiendo se separase de la ventana.<br />

Le dio un tierno beso en la frente y<br />

regresó por el vaso para llevarlo a la sala<br />

y sentarse un momento. Diana se sentó<br />

junto a él y se apoyó sobre su hombro.<br />

Hacía poco más de dos semanas que<br />

se habían mudado a la colonia y tenían<br />

aun empacadas muchas cosas. El salón<br />

donde dejaron los sillones de forma<br />

provisional, aquel que asomaba a la<br />

calle, estaba lleno de cajas cerradas en<br />

su parte posterior. ¡Dos semanas! Aún<br />

comían comida enlatada o empaquetada.<br />

Dormían en la recamara principal<br />

donde sólo estaba el colchón, eso sí,<br />

acomodado siempre con sábanas, cobijas<br />

y cómodas almohadas.<br />

El lugar al que se mudaron era en<br />

realidad muy lindo; una colonia cerrada<br />

y algo alejada del bullicio de la ciudad.<br />

Un conjunto nuevo, con tan sólo<br />

catorce casas bien distribuidas en línea<br />

recta hasta desembocar en un semicírculo<br />

de pavimento, rodeando un bello<br />

jardín con algunas bancas y juegos infantiles,<br />

alberca y un salón de eventos.<br />

El lugar perfecto para criar a un hijo,<br />

pensaban de forma constante.<br />

Tomaron la decisión de cambiar de<br />

casa para comenzar, como dice la frase<br />

coloquial, desde ceros. Con una hija en<br />

camino y un reciente ascenso en el trabajo<br />

de Mario, se dieron la oportunidad de<br />

mudarse a un mejor lugar. Mayor seguridad,<br />

mejores vecinos y más tranquilidad.<br />

Aquella noche se fueron a la cama<br />

sin cenar, estaban realmente agotados.<br />

A la mañana siguiente, Mario se levantó<br />

de la cama algo temprano. Los<br />

sábados eran de lavar el auto. Asomó<br />

por la ventana para ver las nubes, quería<br />

cerciorarse ante la posibilidad de<br />

lluvia. Entonces le vio caminando frente<br />

a la casa, con la carriola de dos espacios<br />

y sus hijas abordo<br />

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