La Sirena Varada: Año II, Número 14

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Mi amigo Fernando, aterrado, con los ojos desorbitados, me jaloneaba del saco haciendo pucheros y reclamándome: —¿Te has vuelto loco, imbécil? ¡Te has vuelto loco! ¿Cómo te atreves? ¡Idiota, irresponsable, suicida? <strong>La</strong> mujer nos miraba asustadísima y con los ojos también muy abiertos. El villano estaba claramente desconcertado, al igual que sus guardaespaldas. No entendían mis palabras en español, se miraban entre sí, seguramente no podían creerlo. Asahampaná había escuchado finalmente el alboroto e identificado aquellas palabras en castellano, que eran sus favoritas, se acercó muy lentamente, como si la sorpresa le fuera connatural, y finalmente llegó, para mi tranquilidad y consuelo, pero sobre todo la de mi amigo Fernando, que llorando me insultaba y juraba que se las iba a pagar. Amir se dedicó claramente a regañar a gritos a los otros tres persas, quienes de manera evidente se disculpaban. Di un gran suspiro y me bebí de un golpe la nueva copa que alguien me había servido. Yo era muy joven, en la primera mitad de los veinte, y nunca había conversado tan de cerca con la muerte. Después de quince minutos de gritos extraños, Amir me dijo que Mehrak, que así se llamaba aquel hombre, quería ofrecerme una disculpa e invitarnos una copa. Le acepté la disculpa, pero no la copa, y todavía con fuerzas para un último desplante, le dije que era yo quien les invitaba la copa y esperaba que aceptaran. Mi amigo Fernando gritaba que él sí la aceptaba y que les estaba muy, muy agradecido. Discutieron otro poco con Amir pero finalmente aceptaron mi invitación y comenzó así una de mis mejores veladas en Teherán. Mi amigo Fernando se emborrachó esa noche, lo tuvimos que llevar cargando, primero al auto y después hasta la habitación del hotel. 84
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Es siempre típico que mi amigo, su
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