La Sirena Varada: Año II, Número 14
El decimocuarto número de "La Sirena Varada: Revista literaria"
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signos visibles de la enfermedad habían<br />
transformado sus facciones en una máscara<br />
inerte. Había vuelto el color a sus<br />
mejillas y tenía una expresión serena<br />
y dulce. Su cabello rubio brillaba sano.<br />
De rodillas sobre el cuerpo envuelto en<br />
el sudario blanco marfil, se inclinó para<br />
besarla en los labios.<br />
Fue entonces cuando se dio cuenta<br />
de que los ojos estaban abiertos y le miraban.<br />
Al descubrirlo, Guillermo soltó un<br />
chillido agudo. Sintió bajo sus piernas<br />
que el cuerpo de Teresa se agitaba en la<br />
mortaja, y su garganta emitía un balbuceo<br />
gorgoteante. Estaba intentando decirle<br />
algo, pero no podía hacerlo porque<br />
le habían cosido los labios.<br />
―¡Estás viva! ―exclamó Guillermo,<br />
con un hilillo de voz histérico―. ¡Gracias<br />
a Dios, estás viva!<br />
Trató de desgarrar la mortaja que la<br />
envolvía, y al hacerlo algo le aferró por<br />
la espalda y tiró hacia abajo con fuerza,<br />
apresándolo contra el cuerpo de Teresa.<br />
Le envolvió una insoportable fetidez.<br />
«Quédate conmigo», aulló una voz<br />
horrorosa. El abrazo se hizo más fuerte.<br />
Guillermo intentó zafarse, pero no<br />
pudo moverse. <strong>La</strong> tumba se oscureció<br />
completamente.<br />
«Quédate conmigo», repitió la misma voz.<br />
Y aunque Guillermo amaba a su hermana,<br />
se le heló la sangre al pensar en<br />
la eternidad que le esperaba junto a ella.<br />
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