La Sirena Varada: Año II, Número 14
El decimocuarto número de "La Sirena Varada: Revista literaria"
El decimocuarto número de "La Sirena Varada: Revista literaria"
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Se miraron sorprendidos en medio<br />
de la multitud.<br />
Eran idénticos en todos los aspectos,<br />
como gotas de agua, limpios, sucios,<br />
rugosos, ideales, irregulares, más que<br />
gemelos, como espejos, eran sus propios<br />
reflejos. <strong>La</strong> gente a su alrededor los<br />
miró, señalándolos; ellos callaron, se<br />
palparon con la mirada. Jesús, con su<br />
manto manchado de polvo y sus pies<br />
descalzos de tanto caminar, preguntó<br />
«¿Quién eres?», y Jesús, con su túnica<br />
ligeramente pálida y sucia, respondió,<br />
«Soy Jesús». «¡Jesucristo, el mesías!»,<br />
gritó un apóstol en medio de la turba y<br />
los demás vitorearon contentos. «¿Jesús?»,<br />
preguntó Jesús, y Jesús asintió<br />
con un ligero movimiento de cabeza.<br />
Por allá, un soldado romano gritó, por<br />
acá otro respondió y un burro rebuznó<br />
a lo lejos. El sol ardía en medio del mundo<br />
y el viento soplaba, tibio y seco a lo<br />
largo del cielo raso. «No», dijo Jesús, «yo<br />
soy Jesús», y Jesús, con los ojos abiertos<br />
como platos, respondió, «Yo soy Jesús,<br />
hijo de Dios». A su alrededor todos<br />
callaron, preguntándose si acaso aquel<br />
encuentro era un milagro; uno más de<br />
Jesús, el Salvador, el Mesías.<br />
Mientras tanto, en las afueras del<br />
pueblo, entre las rocas, sobre una<br />
loma, junto a cavernas en cuyas sucias<br />
entrañas leprosos dormitaban, sudando<br />
enfermedad y pecado, el Científico,<br />
con sus prismáticos digitales, bailoteó<br />
de felicidad y dijo, apretando el botón<br />
de su grabadora de sonido de cinco canales<br />
de resolución, cuidando que nadie<br />
lo viera: «<strong>La</strong> clonación fue un éxito,<br />
espécimen 0003, ha hecho contacto». Y<br />
en los audífonos en sus orejas, como<br />
chinches de metal brillando al sol, una<br />
voz contestó ronca: «Muy bien, ahora<br />
regresa». El científico guardó sus extraños<br />
objetos futurísticos en una capsula<br />
que luego se encogió y guardo en su<br />
bolsillo y apretó una válvula en su reloj<br />
encarnado en su antebrazo izquierdo,<br />
y en ese instante un agujero se abrió,<br />
cual portal, en medio de la nada y entró<br />
en él. Acto seguido, desapareció<br />
para siempre de esta historia dejando<br />
tras de sí una estela de polvo y la curiosidad<br />
despierta de un pequeño pastor,<br />
(cuya descendencia inventaría siglos<br />
después la primera máquina del tiempo),<br />
que, recostado entre hierba seca,<br />
lo vio desaparecer como un espejismo<br />
mientras arreaba sus ovejas.<br />
Jesús, entre tanto, discutía con Jesús<br />
por saber quién era Jesús, el Mesías.<br />
<strong>La</strong> gente se conglomeró gritando y<br />
llorando y sonriendo, alimentados por<br />
el morbo de la situación de aquel encuentro<br />
imposible de dos idénticos, y<br />
más pronto que tarde, soldados romanos<br />
con sus espadas en mano y látigos<br />
en enrollados en sus cinturas, los arrestaron<br />
a ambos. A Jesús y a Jesús. Doble<br />
crimen, confesaría uno de ellos tiempo<br />
después a Poncio Pilato, por asegurar<br />
ser hijos de Dios. Condenados, azotados<br />
y torturados, cada quien cargó una<br />
cruz a cuestas hasta la cima del monte<br />
Calvario, en donde, junto a dos ladrones,<br />
fueron insultados y crucificados<br />
hasta morir. Los cuerpos fueron enterrados,<br />
llorados y alabados, al tiempo<br />
que los leprosos eran curados y los<br />
pecados lavados del mundo; tres largos<br />
días pasaron, y cuando la sombra<br />
del perverso luto se abalanzaba como<br />
nube o como tormenta de arena, densa,<br />
inmensa sobre la faz, los apóstoles,<br />
los once que quedaban, descubrieron<br />
a Jesús, quien resucitó de la muerte,<br />
fuera de la tumba en donde encerraron<br />
su cadáver. Tenía una extraña mancha<br />
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