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La Sirena Varada: Año II, Número 14

El decimocuarto número de "La Sirena Varada: Revista literaria"

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—Eso debe ser bueno, además veo<br />

que las niñas disfrutan la compañía de<br />

su padre —e inquiriendo más por chisme<br />

que por interés, preguntó—: ¿Qué<br />

es lo que venden?<br />

—Verá —y volvió a bajar la voz—, si<br />

usted se siente solo alguna vez y quiere,<br />

digamos, tener compañía y pasarlo bien,<br />

pues me llama —colocó en su mano un<br />

trozo de papel mientras lo estrechaba, y<br />

continuó—: Me dice a qué hora y la duración,<br />

y yo me salgo de casa a pasear a<br />

mis niñas y usted solo entra a la casa, y<br />

así sin más, mi esposa le estará esperando<br />

dentro. ¿Qué le parece?<br />

Mario no pudo más que separarse de<br />

él de forma súbita. Su rostro expresaba<br />

incredulidad, frunció el entrecejo y entró<br />

en la casa sin despedirse de Carlos.<br />

Se dirigió a la cocina y tomó un vaso de<br />

la alacena, sirvió whisky y lo bebió de<br />

un solo trago. Directo a la garganta.<br />

—¿Con quién hablabas afuera? —gritó<br />

Diana, mientras bajaba los escalones<br />

en forma pausada.<br />

—¡Con el vecino! ¡El de las niñas! —<br />

dejó la botella y el vaso sobre el fregadero,<br />

y continuó en voz baja—. Tu vecino,<br />

el de las niñas; quienes pasean por<br />

una perturbadora senda de ingenuidades,<br />

y cuyos lamentos no serán escuchados<br />

hasta que sea muy tarde. Debo<br />

ayudarlas, alguien debe ayudarlas —se<br />

recargó sobre el fregadero y esbozó<br />

una mueca de tristeza, sacó el papel de<br />

su bolsillo y tomó el teléfono.<br />

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