La Sirena Varada: Año II, Número 14

EL CLICHÉ
QUE TODOS
AMAMOS
Por Carolina Alpuche
Siempre he sido de la idea de que
cualquier persona puede escribir,
pero pocos son los que tienen la capacidad
de transmitir correctamente las
ideas a través de las palabras; no es precisamente
que sea tampoco muy complicado,
pues cualquier persona, con la
práctica adecuada, puede ser capaz de
lograrlo. Al igual que todo en la vida, el
«arte» de escribir exige un proceso de
aprendizaje constante que, infortunadamente,
muchos no toman en cuenta.
Este aprendizaje es esencial para
poder desarrollar con maestría ciertos
géneros literarios, y podemos tomar
como ejemplo la poesía; no cualquiera
escribe buena poesía, y todos podemos
notarlo con los poemas que encontramos
día a día, pocos —muy, pero
muy pocos— son los que valen la pena
en estos tiempos. Y algo similar pasa
con los microrrelatos.
Imagino que ya saben por dónde voy.
Calculo que tengo que leer, por lo menos,
trescientos microrrelatos en cada
convocatoria que se organiza para publicar
esta revista, y cada vez me cuesta
más trabajo seleccionar a los que se
publicarán. Esto es, principalmente, debido
a dos razones que se contraponen:
La primera razón, y hasta cierto punto
una que estoy segura de compartir
con más personas que se dedican a
esta misma actividad, es mi sentimentalismo.
Siempre que leo un microrrelato,
o cualquier texto en general, pienso
en la persona que lo escribió: ¿Estará
dando sus primeros pininos en el fascinante(?)
mundo de la literatura? ¿Será
un niño o un adulto? ¿Será una mujer
o un hombre? ¿Qué le habrá llevado a
escribir sobre ese tema? ¿Qué tanto le
afectará si no selecciono su microrrelato?
(…) Vaya, comienzo a sentir que el
estómago se me revuelve como si fuera
yo la que está participando. Algunos
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