30 UN PASEO PERTURBADOR Por Jose G. Mejia
De paseo con sus hijas otra vez. No he conocido a alguien que disfrute tanto de pasear con sus hijas. Quizá el huevón de Mario debería aprender algo de su vecino, no ha hecho más que quejarse desde que nos mudamos, pensó Diana, al asomarse una vez más por la ventana del salón que daba a la calle. —El vecino está de paseo de nueva cuenta. Míralo, disfrutando el atardecer mientras empuja con suavidad la carriola donde van sus hijas. Mario miró a su mujer con ojos inquisidores mientras, sentado sobre el sofá, deshacía el nudo de las agujetas que ataban sus zapatos. ¡Esos zapatos le pulverizaban los pies! Sentía un gran alivio poder quitárselos al llegar a casa. Elevó un suspiro de alivio al sentir la alfombra bajo sus pies y dijo: —Déjale en paz. ¡Por Dios! —¡Estoy aburrida! A duras penas puedo levantarme de la cama y ver lo que pasa por la ventana. Sólo veo al vecino caminando con sus hijas, disfrutando el paseo —y comenzaron los sollozos de Diana mientras jalaba la cortina un poco a la derecha para continuar viendo por la ventana. Mario, descalzo, se dirigió a la nevera. Tomó algunos hielos y los dejó caer con suavidad dentro del vaso de base ancha. Destapó una botella de whisky y vertió un chorro sobre los hielos para escucharles crujir. Sorbió un poco y refrescó la garganta. Era un fastidio llegar a casa, pero amaba a su mujer y a su hija en camino, por ello procuraba expresarse con la mayor afabilidad posible. —Mi amor, sabes que ha sido instrucción del médico —se acercó a ella y le abrazó por detrás con ternura, tentando el vientre de casi siete meses de embarazo, consiguiendo se separase de la ventana. Le dio un tierno beso en la frente y regresó por el vaso para llevarlo a la sala y sentarse un momento. Diana se sentó junto a él y se apoyó sobre su hombro. Hacía poco más de dos semanas que se habían mudado a la colonia y tenían aun empacadas muchas cosas. El salón donde dejaron los sillones de forma provisional, aquel que asomaba a la calle, estaba lleno de cajas cerradas en su parte posterior. ¡Dos semanas! Aún comían comida enlatada o empaquetada. Dormían en la recamara principal donde sólo estaba el colchón, eso sí, acomodado siempre con sábanas, cobijas y cómodas almohadas. El lugar al que se mudaron era en realidad muy lindo; una colonia cerrada y algo alejada del bullicio de la ciudad. Un conjunto nuevo, con tan sólo catorce casas bien distribuidas en línea recta hasta desembocar en un semicírculo de pavimento, rodeando un bello jardín con algunas bancas y juegos infantiles, alberca y un salón de eventos. El lugar perfecto para criar a un hijo, pensaban de forma constante. Tomaron la decisión de cambiar de casa para comenzar, como dice la frase coloquial, desde ceros. Con una hija en camino y un reciente ascenso en el trabajo de Mario, se dieron la oportunidad de mudarse a un mejor lugar. Mayor seguridad, mejores vecinos y más tranquilidad. Aquella noche se fueron a la cama sin cenar, estaban realmente agotados. A la mañana siguiente, Mario se levantó de la cama algo temprano. Los sábados eran de lavar el auto. Asomó por la ventana para ver las nubes, quería cerciorarse ante la posibilidad de lluvia. Entonces le vio caminando frente a la casa, con la carriola de dos espacios y sus hijas abordo 31
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