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La Sirena Varada: Año II, Número 14

El decimocuarto número de "La Sirena Varada: Revista literaria"

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De repente me surgió la certeza de<br />

que esa noche podría ser la de<br />

mi último día. Me temblaron las<br />

piernas. Se me hizo un hueco en el estómago.<br />

El brusco ruido de las cortinas<br />

de cuentas, abriéndose para dar paso<br />

a aquel hombre con mirada diabólica y<br />

apariencia de rufián no presagiaba nada<br />

bueno. Aquellos ojos, como dardos, se<br />

clavaron de inmediato en la mujer que<br />

estaba sentada junta a mi en la barra de<br />

aquel bar misterioso y extravagante, y<br />

con la que recién había cruzado algunas<br />

palabras. Mi gran amigo que me acompañaba,<br />

el pequeño Fernando, que no<br />

medía más de 1.65, que era un poco<br />

obeso y que usaba lentes muy gruesos,<br />

también se había percatado del peligro,<br />

y lo manifestó con un suspiro reprimido.<br />

Dos hombres grandes, con barba muy<br />

negra y rostro de corsarios malditos,<br />

escoltaban aquel hombre al dirigirse<br />

pausadamente hacia mi vecina de banco.<br />

Busqué apresuradamente a Amir<br />

Asahampaná, el guía e interprete que<br />

se nos había designado durante nuestra<br />

visita a Teherán, la que comenzaba a<br />

tornarse memorable. Amir era además<br />

un espléndido protector, pues habiendo<br />

sido campeón de box de Medio Oriente<br />

lo conocían y respetaban prácticamente<br />

todos los persas con los que tuvimos<br />

contacto. Me arrepentía de haberle<br />

pedido a nuestro interprete y ya buen<br />

amigo, que nos llevara a conocer algunos<br />

lugares interesantes de la Capital de<br />

Irán donde los únicos forasteros fuéramos<br />

nosotros dos. El atlético guardaespaldas<br />

había tenido la ocurrencia de ir<br />

al baño justo en el momento más inoportuno.<br />

Aquel personaje maléfico se<br />

acercó despacio, con altanería y cautela,<br />

como un animal de presa, y comenzó a<br />

gritarle a la mujer, en persa obviamente,<br />

moviendo los brazos con brusquedad<br />

amenazadora. Se detuvo la música. Me<br />

di la vuelta, previendo cualquier cosa<br />

y recargué mi espalda en la barra con<br />

fingida tranquilidad. Era obvio que se<br />

refería a mi, pues el hombre me señalaba<br />

continuamente. Mi amigo Fernando<br />

se agarró de mi saco y con una mirada<br />

asustadiza y levantando las cejas me señaló<br />

el arma que aquel cobarde llevaba<br />

fajada en la cintura. Mi temor aumentaba,<br />

cuando a lo lejos divisé al esperado<br />

Amir, que salía del baño con toda calma<br />

y se detenía a platicar con el primer grupo<br />

con que se topó. De repente el protagonista<br />

principal de aquella pesadilla<br />

le dio tremendo bofetón a la mujer que<br />

casi la tira del banco. Me armé de valor y<br />

con la cara descompuesta lancé un grito<br />

destemplado, en español por supuesto:<br />

—¡Hijo de la gran puta. ¿Pero cómo te<br />

atreves a golpear a una mujer que está<br />

a mi lado? Miserable, infeliz, cretino,<br />

mequetrefe, desgraciado. ¡Eres un Gilipollas!<br />

—este último insulto lo inferí sin<br />

estar muy seguro del significado pues recién<br />

lo había aprendido unos días antes<br />

en Madrid y me pareció muy expresivo,<br />

aunque no sabía si era adecuado para<br />

aquel momento. Es claro que mi única intención<br />

era la de que Amir me escuchara<br />

y viniera rápidamente en nuestro auxilio.<br />

Al darme cuenta de que Amir Asahampaná<br />

se había detenido a conversar<br />

alegremente con un segundo grupo<br />

y que no se percataba del escándalo, di<br />

un terrible golpe en la barra, que derramó<br />

el licor de los vasos cercanos, y<br />

grité aún más fuerte, lo más fuerte que<br />

era capaz:<br />

—Maldito persa de mierda. Te atreves<br />

a volver a tocarla y te mato, te juro que<br />

te mato, cabrón —se lo dije, señalándolo<br />

en la frente con mi dedo índice.<br />

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