La Sirena Varada: Año II, Número 14
El decimocuarto número de "La Sirena Varada: Revista literaria"
El decimocuarto número de "La Sirena Varada: Revista literaria"
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<strong>La</strong> explanada de grava rojiza se encontraba<br />
desierta y no tuve problemas<br />
para aparcar frente a la puerta<br />
de la cafetería. Nos quedamos dentro<br />
del auto hasta que ella terminó de fumar.<br />
Luego subimos los gastados escalones<br />
roídos por el salitre y nos sentamos<br />
a una mesa junto al mirador que<br />
daba al mar.<br />
A aquella hora de la mañana éramos<br />
los únicos clientes. Afuera, el viento<br />
otoñal soplaba con ráfagas violentas<br />
que arrojaban puñados de arena contra<br />
los cristales. El cielo, cargado de<br />
nubes compactas, se curvaba a punto<br />
de desplomarse sobre un océano verde<br />
grisáceo, ondulante y espumoso.<br />
Me acerqué a la barra a pedir dos cafés.<br />
Mientras la camarera los preparaba<br />
con desgana, aproveché para echar<br />
una ojeada discreta a Julia. Durante<br />
el trayecto apenas habíamos cruzado<br />
un par de miradas; debía atender a la<br />
carretera y, además, frente a frente era<br />
incapaz de fijar la vista en ella sin ponerme<br />
enseguida nervioso.<br />
Ahora me daba la espalda y pude<br />
contemplarla con más detenimiento.<br />
Llevaba un jersey holgado de lana azul,<br />
vaqueros gastados que la sentaban de<br />
maravilla y se había teñido el pelo a<br />
mechas. <strong>La</strong> verdad, no parecía que hubiesen<br />
pasado esos diez años por ella.<br />
Volví a la mesa con las tazas y un brioche<br />
que había descubierto en el último<br />
momento tras la vitrina del mostrador.<br />
—Todavía te acuerdas ¬—sonrió<br />
mientras cortaba un pedacito de bollo<br />
que masticó ayudada de un sorbo de<br />
café con leche—. Parece que fue ayer…<br />
cuando hicieron esta porquería rancia,<br />
quiero decir.<br />
Dejó de comer y apuró la taza. Vista<br />
más de cerca podía advertir las finas<br />
arrugas bajo los ojos y junto a las comisuras<br />
de los labios; la piel había perdido<br />
brillo, pero el rostro se mantenía<br />
firme y terso. Igual de firme y terso que<br />
su carácter. Sin embargo, había algo,<br />
no sé qué, que la volvía diferente.<br />
—Gracias por el detalle de venir a buscarme,<br />
Jorge; sigues tan cielo como siempre.<br />
—No tiene importancia —hice un gesto<br />
con la mano como apartando una<br />
mosca—, pensé que era lo menos que<br />
podía hacer por ti.<br />
Rebuscó en el bolso y sacó un papel<br />
arrugado con una dirección. Me preguntó<br />
si después podía acercarla allí.<br />
Asentí en silencio. Tenía la mente en<br />
blanco y no se me ocurría ningún tema<br />
de conversación. Señalé con la cabeza<br />
el paisaje, a ver si a ella le daba por<br />
hablar del tiempo, y comencé a contar<br />
mentalmente: «Uno, dos, tres…».<br />
Cuando iba por el cuarenta y dos, Julia<br />
dijo que necesitaba fumar.<br />
Descendimos a la playa. Hice pantalla<br />
contra el viento para ayudarla a<br />
encender el pitillo y comenzamos a pasear<br />
por el borde de la orilla.<br />
—¿Cómo está Pablo? —daba caladas<br />
cortas y nerviosas, el flequillo tapándole<br />
los ojos.<br />
—Bien, bien. Bueno, ya es todo un<br />
adolescente. Un extraño para mí, vamos.<br />
Sospecho que le gusta una chica,<br />
por lo que tarda en arreglarse y lo raro<br />
que está. Lo normal.<br />
—¿Pregunta por mí?<br />
—No, nunca —mentí.<br />
—Y tú, ¿me has echado en falta? —buscaba<br />
mi mirada.<br />
—Tampoco —pensaba en ella cada<br />
día, casi cada hora.<br />
Nos sentamos en la arena fría, de<br />
cara a las olas. Encendió otro cigarrillo<br />
con la colilla del anterior. Se tumbó es-<br />
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