La Sirena Varada: Año II, Número 14

La lluvia no deja de caer. No sabe el porqué.
Lo hace sin parar. La carretera está
vacía, sin nadie que la auxilie. Cada paso
que daba le ardía las piernas. Su cuerpo
sudado junto con la tempestad reacciona
con su agitación. Los brazos dejan de
balancearse. No soporta más. Está perdiendo
velocidad. En su mente solo esta
una idea clara: No dejes de correr.
Tropieza y va a dar hacia una roca espinada.
Pone las manos, siendo terriblemente
lastimadas. El rostro queda intacto.
Gracias a eso pudo ver cómo La Bestia
le arranca las piernas de su cuerpo.
Frank Cruz
Cerró los ojos con fuerza con la imagen
brillando en su cerebro en colores fluorescentes.
Se pasó la mano por la cara
para limpiarse el sudor. Cuando despegó
los párpados una gran interrogación
se le reflejó en la cara.
¿Dónde estaba?
Tenía manchas de sangre en las manos.
En la ropa, también. La imagen era
nítida en su cabeza. Un disparo certero
en el pecho.
¿A dónde había ido a parar su muerto?
El niño suspiró con la esperanza de
haber errado su primer tiro. Llevaba
años diciéndole a su padre que él no
quería ser cazador de hombres.
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Aurora Rapún Mombiela