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La Sirena Varada: Año II, Número 14

El decimocuarto número de "La Sirena Varada: Revista literaria"

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Muy temprano, agentes de la Policía<br />

Nacional del Perú (PNP) intervinieron<br />

el hogar del aún en<br />

pijama Félix Martínez, un acomodado<br />

surfista de asidua actividad en las costas<br />

de Pico Alto, Lima —con olas de más de<br />

10 m de altura—. Eran cuatro personas,<br />

de las cuales uno no estaba armado; este,<br />

supuestamente, era el fiscal, quien al saludarlo<br />

en voz baja le comunicó que estaba<br />

requisitoriado. <strong>La</strong> encendida madre<br />

del detenido, que todavía dormitaba en<br />

el segundo piso del inmueble, se enteró<br />

después; pero si vio el expeditivo arresto<br />

un único vecino dadas las 5:37 a.m. que<br />

eran. <strong>La</strong>s calles del barrio estaban oscurecidas,<br />

húmedas y acostadas siquiera<br />

y solo escucharon pasar el raudo motor<br />

del auto Nissan, desprovisto de las marcas<br />

oficiales de la policía.<br />

Días antes, Félix inició su plan curativo<br />

en la Clínica Dental Planeta, que lo<br />

llevaría a colocarse tres implantes de<br />

titanio en su bien pulcra dentadura. Él<br />

no podía contradecir su obsesión por<br />

mostrar su blanca sonrisa, la que desde<br />

niño supo aprovechar, y fue el anzuelo<br />

para cimentar su embarazosa fama de<br />

«El Don Juan de Miraflores», un barrio<br />

ostentoso. <strong>La</strong> práctica odontológica<br />

actualmente se regula con dispositivos<br />

legales que obligan a los dentistas<br />

a enviar reportes biológicos de sus<br />

pacientes, siendo así que los datos de<br />

las secreciones bucales del deportista<br />

fueron remitidos por internet al Banco<br />

Nacional del ADN, este rasgo autosómico<br />

biológico estuvo en la saliva que<br />

él escupió en un lector óptico durante<br />

los procedimientos dentales con ácido<br />

tranexámico en la clínica.<br />

⁂<br />

En los años ochenta se jugaban atrozmente<br />

los carnavales en las calles de los<br />

barrios populosos de Lima, jolgorio sazonado<br />

con agua de caño en globos o baldazo<br />

limpio, serpentinas multicolores, harto<br />

betún y meloso talco blanco que a la vez<br />

que refrescaba a los que huían de los<br />

treinta y ocho grados de calor, era motivo<br />

para comer, bailar y consumir en especial,<br />

cerveza, por lo que eran jornadas dominicales<br />

que al llegar la noche encontraba a<br />

hombres y mujeres alegremente empapados<br />

en alcohol. Fue un domingo siete<br />

de febrero de mil novecientos ochenta y<br />

ocho que la policía allanó un burdel en el<br />

centro limeño en donde había una occisa.<br />

Los informantes dijeron a los investigadores<br />

de la PNP que ella tuvo varios clientes<br />

durante el día y que era imposible saber<br />

quién la había asfixiado con el talco blanco<br />

que se utiliza para jugar.<br />

Esa noche hubo redada en el prostíbulo<br />

y se cumplieron los protocolos<br />

policiacos de rigor para levantar evidencias,<br />

entre estas, a varios clientes<br />

y lolitas que estaban azorados de vergüenza<br />

al saber que sus nombres se<br />

publicarían como sospechosos en los<br />

diarios por el crimen ocurrido en ese<br />

lenocinio que fue clausurado eventualmente,<br />

hasta que un manoseado habeas<br />

corpus lo volvió a abrir.<br />

<strong>La</strong> policía no pudo identificar al asesino<br />

en esa época, las huellas en el<br />

cuerpo del delito no dieron luz para la<br />

identificación y homologación dactilar<br />

en sus archivos; pero por más que la familia<br />

de la chica y la prensa reclamaron<br />

y presionaron a la PNP, el caso quedo<br />

en espera de… ¡nada! Sin embargo,<br />

parte de la rutina de investigación detectivesca<br />

que era absorber con hisopos<br />

estériles las secreciones vaginales<br />

y de sudor, al igual que la sangre y los<br />

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