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mexicanas

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Elisa T Hernández-Acosta<br />

Hace unos días terminé de leer Siete noches de Jorge Luis Borges. En la edición que<br />

tenía entre manos, del Fondo de Cultura Económica, el comienzo de cada<br />

capítulo venía acompañado por las columnas de un periódico en el que aparecieron<br />

impresas por primera vez las siete conferencias del autor argentino. Estos<br />

fragmentos de facsímiles estaban llenos de tachaduras, enmendaduras y notas de<br />

Roy Bartholomew —compilador, revisor y editor— como prueba del afanoso<br />

esfuerzo que vertió en los textos. En el epílogo del libro, es el mismo Bartholomew<br />

quien toma la pluma para contarnos que, después de pegar las fotocopias de las<br />

planas en hojas blancas, corrigió errores de transcripción, sorteó erratas, confrontó<br />

citas y eliminó muletillas de la exposición oral, pero cada cambio lo comentó y lo<br />

verificó con Borges, pues éste condicionó la publicación, de lo que posteriormente<br />

llamó “su testamento”, a su visto bueno (Bartholomew, 1980:167).<br />

Así como este ilustre ejemplo, en la literatura mundial, de cualquier género,<br />

existen muchísimas anécdotas en las que, como lectores, logramos apenas echar un<br />

fugaz vistazo a la dinámica —que siempre es a puerta cerrada— del binomio autor/<br />

editor, gracias a que se incluyó en la versión final del libro alguna reproducción de<br />

los originales del autor con los escrupulosos escolios del editor —ensalzando la<br />

ardua labor colaborativa—, o bien porque el autor se tomó el tiempo para agradecer<br />

a su editor narrando en un prefacio los vaivenes de los primeros textos, o porque el<br />

editor reflexiona sobre su propio trabajo y escribe al respecto. Así que ahora,<br />

tomando las respectivas distancias y asegurando padecer vergüenzas por la<br />

pretenciosa insinuación en la comparación con Borges y su editor, abriré la puerta<br />

y abordaré modestamente el trabajo que implican las labores editoriales en una<br />

publicación periódica sobre ciencia, es decir, este texto es una sencilla reflexión<br />

sobre mi labor editorial y el trato con autores.<br />

Como evidentemente no puedo hablar de todas las experiencias, de todos los<br />

editores, de todos los autores, de todos los tipos de texto, lo primero que haré será<br />

acotar el universo y esbozar las cuatro paredes dentro de las que se encierra mi<br />

oficio. Subrayo entonces que lo que aquí nos aglutina son los textos de carácter<br />

científico y divulgativo y las publicaciones en las que éstos aparecen, así que el<br />

escenario para plantear esta relación biyectiva entre el autor y el editor será mi<br />

práctica profesional como parte del equipo editorial de una revista de divulgación<br />

de la ciencia al escoltar a los autores en el proceso editorial. 1 Me pondré en los<br />

zapatos de editora y plantearé cómo se benefician el texto, la ciencia, el público, la<br />

1<br />

Desde 2006 estoy inmersa en el mundo editorial, primero colaborando como autora de libros de<br />

texto sobre ciencia y luego como editora de éstos. En 2013 comencé a trabajar en la revista Ciencias<br />

de la UNAM. Lo que aquí escribo es a título personal y con base en mi experiencia, nada tiene que<br />

ver con la postura oficial de la publicación en la que trabajo actualmente.<br />

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