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Eduardo Blanco Venezuela Heroica

Eduardo Blanco

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Venezuela heroica 111

rayo de misteriosa luz. Llevarla a término, por sobre todos los obstáculos

que se ofrecían insuperables, y dar cima con ella, a la más trascendental

de las transformaciones políticas de la Revolución, fue realmente

un prodigio: prodigio de osadía, como los muchos que nuestra historia

cuenta de aquel predestinado a tan altos designios.

La época era cruda, gloriosa la contienda. En casi todas las provincias

de Venezuela se libraban ardorosos combates; España nos disputaba

palmo a palmo el suelo donde fijábamos la planta e iracunda se

empeñaba en romper entre sus brazos y con el corazón la espada que

la hería; y que no tarde, habría de arrebatarle el continente americano.

A la cabeza de 8 mil veteranos el generalísimo español pugnaba en las

llanuras del Arauca por exterminar al atrevido ejército que le oponía

Bolívar: ejército dos veces inferior en disciplina y número al de tan duro

y pertinaz contrario; sin repuesto de municiones y armamento, flaco,

desnudo, sin recursos para atender a sus necesidades, fatigado por las

rápidas y repetidas evoluciones de una campaña larga y trabajosa, en la

cual la astucia y la estrategia suplían a la inferioridad y en la que solo

alentábamos al amparo de la caballería a quien los regimientos castellanos

habían aprendido a respetar en aquellas abiertas y dilatadas pampas.

Con suma habilidad rehuía el Libertador aventurar una batalla campal

contra la poderosa infantería realista; baluarte inexpugnable para nuestros

bisoños y escasos infantes, y en asecho de una oportunidad propicia

para empeñarla con ventaja, se entretenía en desgarrar a aquel soberbio

ejército con las agudas picas de nuestros llaneros impetuosos, rápidos

como el viento y carniceros y audaces como el jaguar de sus llanuras.

No menos avisado que su experto contrario, mostrábase Morillo. A la

mira de evitar decisivos encuentros en posiciones favorables al arma en

que le aventajábamos, maniobra con prudente sagacidad y, mal su grado,

repliega constreñido por el bote de nuestras lanzas pertinaces. No

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