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Eduardo Blanco Venezuela Heroica
Eduardo Blanco
Venezuela Heroica
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Eduardo Blanco
Airado vuelve los ojos a su patria el futuro libertador de un mundo y
la contempla de nuevo esclavizada, moribunda, bajo la férrea planta de
sus ensañados opresores. En alas del viento que sacude la tricolor bandera
sobre las cumbres de los Andes, llegan a él entre lamentos prolongados,
el último estertor de la madre ultrajada y el chasquido del látigo
con que se la flagela, atada al poste infamador de la ignominia. Justa es
la indignación del héroe americano, profundo su dolor, cuando llama
al combate a sus propios hermanos, sin obtener respuesta. En vano les
exhorta a proseguir la ardua cruzada: muéstranse los más, indiferentes.
En vano les recuerda la altivez de otros días, los juramentos espontáneos
de morir por la patria, la libertad perdida y todas las miserias a que
somete la tolerada esclavitud: su voz se pierde en el silencio que acrece
el estupor.
Aquel cuadro doloroso prueba a Bolívar lo que ya sospechaba: que la
revolución había caído para no levantarse sino apoyada en un esfuerzo
sobrehumano. La tempestad revolucionaria detenida de súbito en su
rápido curso, había plegado sus poderosas alas y, constreñida por una
fuerza extraña, apenas podía estremecer la oculta fibra del amor patrio,
latente en lo recóndito de pocos corazones.
Despreciada por unos, maldecida por otros, por todos relegada al olvido,
la revolución era un cadáver que solo una voluntad superior podía
galvanizar. Bolívar se juzgó capaz de tanto esfuerzo y lo intentó.
Pero; ¿quién era él? ¿Quién el atrevido aventurero que osaba acometer
tan ardua empresa? Nadie le conocía; la común desgracia le había hecho
extraño a la memoria de sus propios hermanos. Después de aquella
ruina y del estrago de una catástrofe espantosa, ¿á qué volver a provocar
las iras del león con el descabellado intento de arrancarle su presa? Ni
¿cómo pretender arrebatar con débil brazo lo que un gigante se empeña
en retener? Y en vano aquel sublime enajenado se esfuerza por alentar a