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Eduardo Blanco Venezuela Heroica
Eduardo Blanco
Venezuela Heroica
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Eduardo Blanco
XXV
Así dispuestos y preparados, la batalla no tarda en comenzar. Bolívar
la preside desde una altura opuesta a la que ocupa el enemigo. Con él
está Soublette y el Estado Mayor: a su izquierda se divisa, a la entrada
del puente a Santander; al pie de la colina y al alcance de su voz piafan
inquietos los caballos de Rondón y Mellao: delante tiene a Anzoátegui
con sus columnas dispuestas al ataque: y más allá a Barreiro y las airadas
huestes españolas.
Aquellos dos ejércitos rebosando de saña y de ardimiento, prestos a
destrozarse y a morir matando, por dar satisfacción a exaltadas pasiones,
a contrapuestos intereses y a viejos rencores; apenas si perciben, ofuscados
por la nube sangrienta que vela sus pupilas, aquella inexplicable
vaguedad, misteriosa gestación de los grandes sucesos, que conturba los
ánimos, cuando sobre ellos se cierne con alas de bronce el dios de los
presagios.
Mal puede prever lo porvenir aquel a quien ciega la ira.
Cuando al reto del odio contesta el odio mismo, ¿quién puede imaginar,
que, así los que han de ser vencidos en la lucha, como también los
triunfadores, todos cooperan en un mismo propósito? propósito superior,
en los unos, a la voluntad que toma a empeño combatirlo; en los
otros, a la tendencia impulsiva que los arrastra; en todos, a las contrarias
fuerzas que se repelen con fracaso y a los fines porque se sacrifican.
¿Quién les haría creer, que agentes inconscientes los más, ceden sin
advertirlo, a extraña voluntad, y eficazmente sirven a los designios del
Ser, que oculto en las tinieblas de lo infinito, dirige como de presente, el
desenvolvimiento de los pueblos en el progreso humano; y a su arbitrio,
cambia las elevadas cumbres en profundos abismos, transforma el polvo
donde se abaten los imperios, en regueros de luz, y del antro sombrío