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Eduardo Blanco Venezuela Heroica

Eduardo Blanco

Venezuela Heroica

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Eduardo Blanco

Al grito de libertad que el viento lleva del uno al otro extremo de

Venezuela, con la eléctrica vibración de un toque de rebato, todo se

conmueve y palpita; la naturaleza misma padece estremecimientos espantosos;

los ríos se desbordan e invaden las llanuras; ruge el jaguar en

la caverna; los espíritus se inflaman como al contacto de una llama invisible;

y aquel pueblo incipiente, tímido, medroso, nutrido con el funesto

pan de las preocupaciones, sin ideal soñado, sin anales, sin ejemplos;

tan esclavo de la ignorancia como de su inmutable soberano; rebaño

más que pueblo; ciego instrumento de aquel que lo dirige; cuerpo sin

alma, sombra palpable, haz de paja, seco al fuego del despotismo colonial,

y sobre el cual dormía tranquilo, como en lecho de plumas, el león

robusto de Castilla; aquel pueblo de parias, transfórmase en un día en

pueblo de héroes. Una idea lo inflamó: la emancipación del cautiverio.

Una sola aspiración lo convirtió en gigante: la libertad.

El cañón, la tribuna y la prensa, esos perpetuos propagadores de las

revoluciones, tronaron a la vez: y tenaz, heroico, cruel y desesperado, se

entabló el gran proceso, la lucha encarnizada de nuestra independencia.

La República, implantada de improviso, hace frente a la vieja monarquía:

la libertad al despotismo.

Deducid el encono: estimad el estrago.

Osar a la emancipación era osar a la libertad: el mayor de los crímenes

para los sostenedores del principio monárquico colonial.

En 1810 como en 1789, la libertad era un cáncer social, que exigía,

como único tratamiento, el cauterio. España no lo economizó en sus

colonias; pero el hierro y el fuego fueron ineficaces.

Sobre doscientos mil cadáveres levantó Venezuela su bandera victoriosa;

y como siempre en los fastos modernos, la República esclarecida

en el martirio se irguió bautizada con sangre.

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