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Eduardo Blanco Venezuela Heroica
Eduardo Blanco
Venezuela Heroica
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Eduardo Blanco
mance, digno de ser cantado por Ossian, de ser llorado como Eneas. Y
Manrique, de denuedo brillante. Y Salom, de virtud sostenida. Y Páez,
en fin, que nuestra historia eleva hasta la fábula, y le disputa a Hércules
sus portentosos lauros.
Como dos gladiadores dispuestos al combate, los dos ejércitos se vigilan,
se asechan.
La batalla, tanto tiempo deseada, va a librarse al cabo, pero el Arauca,
extendido entre ambos contendores, se esfuerza en aplazarla todavía.
Este inconveniente, por el momento insuperable, mantiene a aquellos
dos gigantes en cautelosa expectativa. Pasar el río es lo aventurado; la
prudencia aconseja no dar el primer paso; y ambos esperan a la vez castigar
rudamente la temeridad del más osado.
Bolívar se impacienta; la inacción enardece la fogosidad de su carácter.
Morillo, por el contrario, permanece impasible, y aquella situación, de
suyo embarazosa, amenazaba con prolongarse indefinidamente, cuando
de pronto, un acontecimiento inesperado destruye la perplejidad de
ambos ejércitos.
XI
Arrastrado por su genial temeridad, y en medio de aquella escena muda
e imponente, Páez lanza su caballo a las ondas del impetuoso Arauca.
Tras él, como un torrente, se precipitan a la vez, presurosos revueltos,
ciento cincuenta jinetes escogidos; la flor de los lanceros del Apure.
Cruzan a nado y sin ser vistos, a dos millas del enemigo, el caudaloso
río, se alinean en la opuesta ribera, y saludando con un grito de guerra
al asombrado ejército republicano, que le contesta con aplausos, parten
veloces tras las huellas de Páez, sobre la línea formidable de relucientes
bayonetas que cubre el horizonte.