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Eduardo Blanco Venezuela Heroica
Eduardo Blanco
Venezuela Heroica
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Venezuela heroica 125
XII
A pie marcha el Libertador entre las filas de sus tropas compartiendo con
ellas la fatiga y la común miseria: el mismo pan le sirve de alimento, la
misma dura tierra de lecho de reposo. Su caballo alivia del cansancio a los
más abatidos, su capa, dividida por él en dos partes iguales, cubre la una
las desnudas espaldas de un tamborcillo a quien el frío entumece, en la
otra se rebuja un soldado. Aquel cuerpo de acero, delgado como la espada
en que se apoya y como ella inflexible, domina las fatigas; cuando los
más robustos se doblegan él se yergue, presta auxilio a los que desfallecen,
y a todos vigoriza con el sin par ejemplo de su virilidad y su entereza.
El ejército le mira con asombro; y el soldado que yace moribundo le ve
pasar cual un fantasma luminoso y se descubre y le saluda con profundo
respeto antes de abandonarse en los abiertos brazos de la muerte.
De manera tan lastimosa como heroica, rindió el ejército patriota, internado
en la rebelde Cordillera, aquella marcha desastrosa, que menos
se asemejaba a una invasión audaz que a una derrota: derrota, empero,
singular, que no retrocedía delante del peligro, sino que por el contrario
avanzaba hacia él y le buscaba con desesperación.
El instante supremo, tan temido, llega al cabo: el ejército se encuentra
a la entrada del Pisba, Bolívar lo empuja hacia adelante y, como Cortes,
quema las naves, pues a tal equivalía penetrar en el páramo.
Y el páramo lo envuelve en sus glaciales ráfagas, bate sobre él sus alas
borrascosas, hiere con furia aquel desnudo ejército, lo diezma, lo rechaza,
lo atrae de nuevo, lo aniquila y perdura en su labor terrible, hasta que
avasallado por la perseverancia de aquel atleta indomable, cede a su empeño
y le deja pasar. A nuestra espalda queda el Pisba vencido, pero doscientos
cadáveres blanquean en la cima del espantoso ventisquero, como
prueba de la funesta lucha empeñada a la sombra de sus traidoras nieblas.