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Eduardo Blanco Venezuela Heroica
Eduardo Blanco
Venezuela Heroica
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Venezuela heroica 189
la trabajosa marcha de la vanguardia; y sable en mano, esperan a la cabeza
de sus respectivas divisiones el codiciado instante de lanzarse al combate.
Entre tanto, con la frente erguida y luminosa la mirada, los brazos
cruzados sobre el pecho y sueltas las riendas sobre el cuello de su caballo.
Bolívar sigue los movimientos de las tropas de Páez desde lo alto
de una colina: y sereno y confiado en su radiante estrella, observa al
enemigo, y aguarda tranquilo el instante oportuno de mover contra él
todo el ejército.
Trascurre un hora con desesperante lentitud. Solo se oyen los fuegos de
las tropas realistas y los rugidos de su vigorosa artillería. Profundo y solemne
es el silencio en nuestras filas; la quietud angustiosa; el tiempo corre, la
impaciencia se aumenta; es mediodía, ¿hasta cuándo esperar? De pronto,
en medio del estrépito de las descargas enemigas, se percibe otro ruido
lejano, débil en su principio, entrecortado, luego más vivo, violento al fin
y repetido como un inmenso redoble de tambores. Un estremecimiento
simultáneo, eléctrico, recorre nuestras filas, y mil voces robustas se elevan
vitoreando la división de Páez, cuyos fuegos reconocen sus impacientes
compañeros. Las bandas marciales dan al viento sus notas. Aquella primera
réplica de nuestra vanguardia al enemigo, es para los otros cuerpos
la señal de acometer; y las dos divisiones de Cedeño y de Plaza se lanzan
atropelladamente por la trocha en pos de los que ya combaten.
XXII
Para llegar a punto de cambiar sus primeros disparos con el ejército
español, la división de Páez había tenido que vencer serias dificultades,
pero ninguna mayor ni más terrible que la última, al salvar la entrada
a la llanura. A pesar de que el rápido y atrevido movimiento ordenado
por el Libertador sobre la derecha del enemigo cogiera a este de sorpre-