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Eduardo Blanco Venezuela Heroica

Eduardo Blanco

Venezuela Heroica

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Venezuela heroica 27

rrible cataclismo de 1812, que en más de un flanco dificultan la defensa

de la plaza, son parapetados a la ligera para servir de baluarte a los dragones

de Rivas Dávila, que abandonan sus caballos para empuñar el fusil.

Tremola en lo alto de la iglesia la bandera republicana, y las cinco piezas

de campaña, que componen toda la artillería de los independientes,

se exhiben dominando las avenidas principales por donde es de esperarse

que se empeñe el ataque.

Envalentonados los lanceros de Boves por su fácil triunfo sobre las

avanzadas, se aproximan con creciente fragor.

Aquel instante solemne, de indecible emoción y de recogimiento, que

precede a los primeros disparos de una batalla, se deja sentir en las filas

republicanas. La animación se paraliza, palpita con celeridad el corazón;

y un silencio profundo, que contrasta con el ruido de la carga enemiga,

reina entre aquel puñado de valientes apercibidos al combate, resueltos

al sacrificio.

En medio a aquella escena de anhelante expectativa, resalta Ribas,

airado e imponente como el ángel terrible de Ezequías. Resplandece sobre

su frente olímpica, como lampo de fuego, aquel temido gorro-frigio

que ha de ostentar la cabeza del héroe hasta en la jaula de la picota;

brilla en sus ojos la encendida llama de las grandes pasiones; muéstrase

esquivo al general recogimiento; y colérico aguarda el peligro que le

amenaza, provocando al destino con un gesto de soberbio desprecio y

de arrogante superioridad.

La carga se aproxima.

Semejante a Murad-Bey al frente de sus mamelucos, Boves aparece al

fin, a la cabeza de sus selváticas legiones. En la extremidad de las calles

que la plaza domina, se divisan envueltos entre nubes de polvo los terribles

jinetes, tendidos sobre las crines de sus caballos, y arrebatados por

ellos con pasmosa celeridad.

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