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Eduardo Blanco Venezuela Heroica
Eduardo Blanco
Venezuela Heroica
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Venezuela heroica 33
“No hay que desesperar, amigo mío: antes de desaparecer por completo,
podemos resistir todavía dos asaltos como este”.
Semejante rasgo da la medida de la energía de Ribas; pero aun hay
algo más en aquella batalla con qué formar un canto digno de competir
con los más épicos de la Ilíada.
En aquel sangriento y terrible escenario nadie acepta morir oscuramente.
Desde el general hasta el soldado, todos se esfuerzan por alcanzar
una muerte gloriosa. Allí se rinde la vida sin flaqueza, sin inspirar
compasión, victoreando la Patria, estimulando a los que sobreviven.
Rivas-Dávila, el valeroso Coronel de los soberbios dragones de Caracas,
exclama en su última agonía, al ver la bala que le extrae el cirujano:
“Llevadla a mi esposa, y decidle la conserve, y se acuerde que a ella
debo el momento más glorioso de mi vida, aquel en que he perecido,
defendiendo la causa de mi suelo. ¡Muero contento: viva la República!”.
Toma, dice un soldado moribundo, indicando al compañero que tiene
junto así, tres fusiles que ha arrebatado al enemigo: esa es toda mi
herencia, llévala al General.
“Mi Capitán”, dice otro, en la agonía, pero luchando todavía por incorporarse
y asir de nuevo ei fusil que se ha escapado de sus manos: “mi
Capitán, que sepa mi batallón que no he retrocedido un paso”.
Al lado de aquellos bravos vencedores en Horcones, Niquitao, Bárbula
y Vigirima, que revelan aún cadáveres, por su actitud amenazante, el
fuego patrio que los enardecía, se ven tendidos en la sangrienta arena,
soldados adolescentes, niños cuyas cabezas infantiles parecen sonreír
bajo el pálido velo de la muerte; mientras que otros, resignados, aunque
cubiertos de heridas como Muñoz y Ayala, esperan sin quejarse la última
agonía; haciendo votos por el triunfo de la causa republicana.
Escenas conmovedores o trágicas se suceden en aquel estrecho campo
de heroísmo y de muerte. Quien, se opone solo y a pecho descubierto