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Eduardo Blanco Venezuela Heroica

Eduardo Blanco

Venezuela Heroica

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Eduardo Blanco

Ahí está, como siempre, sombrío y amenazante para unos, cual un

escollo donde van a estrellarse nuestras pasadas glorias: para otros, deslumbrador

y justiciero, como la espada a que debió su libertad el pueblo

americano. Osar a decidir si fue digno de encomio o vituperio, si conducente

o pernicioso al término feliz de la gran lucha, es empresa tan

ardua, que solo la imparcial posteridad podrá llevar a cabo.

Para apreciar con algún viso de imparcialidad aquel Decreto tan combatido

en nuestros días, y las razones que lo motivaron, es necesario

salvar hoy una inmensa distancia. Es indispensable colocarse en 1813,

los pies hundidos entre charcas de sangre, bajo la acción violenta de las

pasiones de la época, y detenerse en el resbaladizo borde de aquel abismo

poblado de rencores, de odios inveterados, de crímenes, de miserias

que espantan, de exaltados furores, de exasperación y de agonía. Abismo

amenazante, vertiginoso, oscuro, donde la luz de la razón penetra

con esfuerzo, y en cuyo fondo se revuelcan, mordiéndose, víctimas y

verdugos, y rechinan cadenas que estrangulan, y se esgrimen puñales,

y revueltos se agitan principios encontrados, ideas antagonistas, pasiones

infernales. Es necesario sondear aquella sima, donde resuenan en

pavoroso unísono, rugidos y blasfemias, y maldiciones y alaridos: contemplar

las fauces gigantescas de aquel hambriento monstruo que todo

lo devora; y descender al antro, perderse en sus tinieblas, palpar su oscuridad

y hacer por distinguir a la luz de los relámpagos que prodiga en

su seno la más desenfrenada tempestad, cuánto encierra de espantoso

y terrible. Y luego ver, si es posible que a ello se presten los ojos sin cerrarse

al instante, cómo corren las lágrimas en aquel sumidero del dolor:

cómo brota la sangre por todos los poros de la tierra: cómo se juntan

aquellos dos torrentes que se rechazan con esfuerzo y llenan el abismo y

crecen entre sombras, y al fin se desbordan ahogando en sus purpúreas

olas, honor, glorias, virtudes, afectos y esperanzas. La razón vacila ante

aquel caos; el corazón se oprime, y la mano convulsa de terror, se niega

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