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Eduardo Blanco Venezuela Heroica
Eduardo Blanco
Venezuela Heroica
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Venezuela heroica 47
vantar con heroicos esfuerzos, parecía agotada. En vano sus raíces se
regaban con sangre: la implacable podadera de la muerte cortaba sus
más verdes renuevos. Paralizado su desarrollo, y abrasado por el fuego
que brotaba a sus plantas, las hojas se desprendían marchitas de las
ramas sin vida. De la opulenta lozanía de la juventud, había pasado
casi sin transición a la enfermiza languidez de prematura ancianidad.
El huracán de las pasiones había quebrado los más robustos brazos de
su empinada copa, y el incesante torbellino de la anarquía mantenía su
ya mustio follaje en constante y desastrosa oscilación. Para 1812 no era
ni sombra de aquel risueño arbusto del 19 de Abril, coronado de flores
entreabiertas al sol de la esperanza: ni menos se asemejaba al soberbio
gigante del 5 de Julio, cargado de abundosos y sazonados frutos: apenas
si era un tronco de solidez dudosa, protegido por escaso ramaje, falto
de savia y amenazado de esterilidad. En tan cortos días los nobles promotores
de la revolución habían envejecido, y sus propósitos heroicos,
y sus conquistas, y los trofeos cuantiosos de sus primeras y ruidosas
victorias, desaparecían entre la sombra de un ayer ya remoto para las veleidades
del presente. Desatinada y recelosa avanzaba la revolución con
paso incierto hacia el abismo de su completa ruina. En vano a su cabeza,
cual poderoso paladión, ostentaba al veterano de Nerwinde. En vano a
prolongarle la existencia concurrían los esfuerzos de los más abnegados.
El cáncer de la anarquía la devoraba, su ruina era evidente. De pronto
en medio al desconcierto que la guiaba, un obstáculo fácil de superar en
otras condiciones, le cierra audaz el paso. Acometida de estupor, retrocede,
fluctúa, avanza luego poseída de inexplicable vértigo, tropieza con
un guijarro que le arroja el destino, y empujada por la mano trémula
de Monteverde, vacila y cae vencida, cuando con poco esfuerzo habría
podido alzarse victoriosa.
La capitulación de La Victoria fue la mortaja en que se envolvió para
morir. La perfidia la recibió en su seno y la ahogó entre sus brazos.