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El Gran Burundún-Burundá ha muerto : la dictadura como

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<strong>El</strong> tema de <strong>la</strong> <strong>dictadura</strong> en <strong>la</strong> narrativa del mundo hispánico: (Siglo XX)<br />

l<strong>la</strong>ma a <strong>la</strong> memoria del lector el Sueño del Infierno de Quevedo, o el comienzo mismo de <strong>El</strong> Señor<br />

Presidente de Asturias. <strong>El</strong> sueño del dictador es una especie de pesadil<strong>la</strong> infernal; Su Excelencia<br />

se veía a sí misma, desnuda, formando el lívido centro de una monstruosa flor de cuerpos humanos<br />

que se asían de ellos por los cabellos, los brazos y <strong>la</strong>s piernas mientras se precipitaban todos <strong>ha</strong>cia<br />

un nauseabundo pié<strong>la</strong>go de azufradas l<strong>la</strong>mas, entre un desesperado c<strong>la</strong>mor de maldiciones y <strong>la</strong>s<br />

interjecciones arrieras de multitud de diablos, diablesas y diablillos que los aguijoneaban en su<br />

definitivo derrumbamiento. 55<br />

<strong>El</strong> mandatario tiene que convencerse al final de que el «soso olor a <strong>muerto</strong>» promana de su misma<br />

persona, dispensadora más que generosa de muerte. Quien destruye a su pueblo es él; sus «terribles<br />

paisajes de sueño», al igual que para el general Franco en el infierno nerudiano de España en el<br />

corazón , representan su condena y los componen sobre todo «chiquillos de ensangrentada espalda»,<br />

«de bruces en <strong>la</strong> tierra»:<br />

Ora veía pasar por un interminable camino de nieb<strong>la</strong>, en una so<strong>la</strong> fi<strong>la</strong>, mil<strong>la</strong>res de niños en cuyos<br />

aovados rostros no <strong>ha</strong>bía más facciones que una boca de amoratados <strong>la</strong>bios que <strong>la</strong>mía y chupaba<br />

desesperadamente un amarillo hueso mondo. 56<br />

Para el terrible personaje un recodo apacible lo representa al final el recuerdo de su infancia; de<br />

el<strong>la</strong> promanan frescos aromas de perdida inocencia y para quitarse de en torno el «soso olor» que lo<br />

persigue, el hombre decide regresar a los sitios míticos de su remoto pasado, el de los juegos infantiles,<br />

y allí se <strong>ha</strong>ce llevar a escondidas por su edecán. Tentativa inútil, puesto que quien produce muerte no<br />

puede encontrar salvación. En el jardín mítico de <strong>la</strong> infancia todo huele a cosas difuntas y a crimen:<br />

Y del agua y <strong>la</strong> tierra, de <strong>la</strong> piedra y el árbol, de <strong>la</strong> hierba<br />

y el aire comenzaba a manar, <strong>como</strong> un vaho, el humo de<br />

<strong>la</strong> vida que se des<strong>ha</strong>ce y descompone,<br />

un soso olor de matadero,<br />

un soso olor de matadero ,<br />

UN SOSO OLOR DE MATADERO. 57<br />

55 Ibi. , p. 98.<br />

56 Ibi. , p. 112.<br />

57 Ibi. , p. 118.<br />

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