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El Gran Burundún-Burundá ha muerto : la dictadura como

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<strong>El</strong> tema de <strong>la</strong> <strong>dictadura</strong> en <strong>la</strong> narrativa del mundo hispánico: (Siglo XX)<br />

Cynthio Metier, Cintio Vitier; Zebro Zardoya, Severo Sarduy; Bastón Dacuero, Gastón Baquero;<br />

Odiseo Ruego, <strong>El</strong>íseo Diego; Nicolás Guillotina, Nicolás Guillen; etcétera.<br />

Esta técnica contribuye a <strong>la</strong> representación de una gran farsa, en <strong>la</strong> que el autor se desangra contando<br />

su airada vida, destrozada por <strong>la</strong>s exigencias de una homosexualidad tiránica y <strong>la</strong> persecución del<br />

poder por disidente, <strong>la</strong> cruda experiencia de <strong>la</strong> cárcel y el anhelo a una libertad siempre frustrada<br />

en sus tentativas múltiples para alcanzar<strong>la</strong> a través de <strong>la</strong> fuga o el suicidio. Al final, en 1980, <strong>la</strong><br />

aventurosa salida del país <strong>ha</strong>cia Miami y luego Nueva York. Sin embargo, en Miami, Arenas confiesa<br />

que sabía que no <strong>ha</strong>bría podido resistir, porque allí «todo el mundo vivía en un estado de perpetua<br />

paranoia, encerrado» y si Cuba era el Infierno, Miami era el Purgatorio; diez años después llegará a<br />

<strong>la</strong> conclusión de que<br />

para un desterrado no <strong>ha</strong>y ningún sitio donde se pueda vivir; que no existe sitio, porque aquél donde<br />

soñamos, donde descubrimos un paisaje, leímos el primer libro, tuvimos <strong>la</strong> primera aventura amorosa,<br />

sigue siendo el lugar soñado; en el exilio uno no es más que un fantasma, una sombra de alguien que<br />

nunca llega a alcanzar su completa realidad; yo no existo desde que llegué al exilio; desde entonces<br />

comencé a huir de mí mismo. 235<br />

Esta condición perdura en Arenas también en su nueva residencia de Nueva York, a pesar de<br />

su primera impresión de no sentirse extranjero, de <strong>ha</strong>ber llegado a una nueva Habana «en todo su<br />

esplendor», pero para darse cuenta pronto de que «el desterrado es ese tipo de persona que <strong>ha</strong> perdido<br />

a su amante y busca en cada rostro nuevo el rostro querido y, siempre autoengañándose, piensa que<br />

lo <strong>ha</strong> encontrado» 236 , y no lo encuentra nunca. Años felices y activos son, por su confesión, los de<br />

1981 y 1982, pero luego <strong>la</strong> enfermedad, <strong>la</strong> «p<strong>la</strong>ga», <strong>la</strong> maldición, que «<strong>como</strong> siempre cae sobre todas<br />

<strong>la</strong>s cosas realmente extraordinarias» 237 .<br />

Los dos libros de Reinaldo Arenas se complementan íntimamente, son una única historia: lo que en<br />

En el color del verano es farsa amarga, en Antes que anochezca es tragedia. Protagonista de ambos es<br />

<strong>la</strong> <strong>dictadura</strong> y si <strong>la</strong> autobiografía fue un reto y <strong>la</strong> dictó en una grabadora, puesto que ya no tenía fuerzas<br />

para sentarse ante <strong>la</strong> máquina de escribir, ante <strong>la</strong> noche que «avanzaba en forma más inminente», «<strong>la</strong><br />

235 R. Arenas, Antes que anochezca , op. cit. , p. 314.<br />

236 Ibi. , p. 315.<br />

237 Ibi. , p. 318.<br />

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