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<strong>Santiago</strong> Maravatío.<br />
246<br />
lo que no sintieron bonito los atrevidos españoles. Se repusieron unos y otros, tomaron nuevas<br />
precauciones y volvieron al ataque que Curuxán, su hija Yorahue y su gente, resistieron con<br />
ferocidad, descalabrándolos y sufriendo descalabros, por supuesto. Fueron luchas sangrientas en<br />
las que los aborígenes sufrieron muchas bajas; pero con la satisfacción de que a los españoles les<br />
habían causado 5 bajas. Don Alonso de Navarrete, comandante de los soldados españoles, lamentó<br />
la pérdida de 5 de sus hombres, diciendo que si los naturales hubieran tenido las armas que ellos<br />
tenían, no le hubiera quedo un solo soldado.<br />
Fr. Alonso de Alvarado, catequizador y consejero cristiano de los naturales, intervino<br />
ante Curuxán y don Alonso de Navarrete para limar asperezas y tener un acuerdo de reconciliación<br />
para evitar las atrocidades que se estaban cometiendo en este lugar.<br />
Fr. Alonso de Alvarado considerando que la situación era tensa y no daba forma y<br />
principio a dar término, y con la elocuencia de su lógica, procuró reunirlos de nuevo en el<br />
alojamiento de Curuxán, en las faldas de las mesas. Allí llevó a Don Alonso de Navarrete y una vez<br />
juntos, él intervino para llegar a un acuerdo de pacificación. Curuxán accedió, pero no dejó de sentir<br />
acribillado su amor propio y orgullo, y aunque aceptó, no dejó ausente su resentimiento que<br />
horadaba todo su ser.<br />
Don Alonso de Navarrete, jefe de los españoles, acompañado por Fr. Alonso de Alvarado,<br />
quien en este caso, coordinaba todo el asunto, se presentó una vez más ante Curuxán, en su<br />
aposento, para allanar los problemas… Allí conoció de cerca a su hija Yorahue, (de Curuxán) la que<br />
por todas sus prendas femeninas, mucho le agradó, y no menos fue la simpatía y atracción que<br />
Yorahue sintió por Don Alonso de Navarrete, a pesar de su antagonismo, quedando prendados por<br />
sus encantos físico-juveniles: el uno de la otra y la otra de el uno, con la fuerza que se odiaban: el uno<br />
por el domino y la otra por la defensa de su pueblo y su dignidad, la fuerza del amor que vence todo,<br />
los venció a los dos; y aquel antagonismo se fusionó por la fuerza del amor que todo lo vence, y la<br />
mujer a quien nadie la vence, fue vencida por el amor; eso sucedió a Yorahue, aunque sin<br />
consumarse.<br />
Curuxán sentía el ardor del odio por los españoles, y sólo por la amabilidad y consejos<br />
del buen fraile en quien, aunque era español, le aceptaba su bondad y buenas intenciones para con<br />
su raza, a la cual él (Curuxán) defendía a costa de todo. A pesar de sentir simpatía con el fraile – Fr.<br />
Alonso de Alvarado – Curuxán ardía en odio por lo que los españoles le hacían: la encarnizada<br />
matanza de su etnia, el despojo de su terruño y el atropello de su dignidad…<br />
Al notar que su hija Yorahue tenía tendencia inclinatoria hacia los españoles, le advirtió:”<br />
Por ningún motivo se te vaya a ocurrir hacer amistad con los blancos que tanto mal nos han hecho, a<br />
toda nuestra propia raza.”<br />
Don Alonso de Navarrete, a pesar de las pláticas de reconciliación que había tenido con<br />
Curuxán, sabía que éste lo odiaba; pero él , Don Alonso de Navarrete, embelezado como quedó con<br />
las prendas de mujer y la calidad personal de Yorahue y sabiendo que ésta le correspondía, se dio sus<br />
mañas de enamorado para entrevistarse con su estimada y preferida Yorahue. Se escabullía de la<br />
mirada de Curuxán a quien sorprendía a la hora de su siesta para entrevistarse con la reina de las<br />
faldas de las mesas de Maravatío.