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deuteronomio

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JaimeJunio de 1944, El Salvador 3784, Buenos Aires, una casona abría sus puertas cual boca deasombro ante unos 25 provincianos, recién llegados desde La Pampa, Entre Ríos, SantaFé, el Norte, casi todos hijos de colonos, con edades entre 11 y 12 años, todos varones. Seiniciaba, se inauguraba el Instituto Superior de Estudios Judaicos; lo dirigía-enseñabanRabino Fink, Yedidio Efron, Rabino Schlesinger, Erna Schlesinger, Horovitz, Berelson…Los “mellizos” venían de Resistencia, sabían mucho; el papá era Shojet-Jazán-Mohel,Bensión y Avrom Jaim.Vivíamos en el internado. Cada uno tenía su habilidad como en todos los internados.Estaban el canchero, el cantor, el “piola”, el de memoria prodigiosa, el que ya fumaba (aescondidas).Los mellizos de Resistencia era muy ágiles, Bensión era el “Saltarín”, excelente futbolista,y Avrom Jaim, el único de todo el grupo capaz de caminar con sus manos apoyadas en elpiso y sus piernas erguidas.Así lo recuerdo…mirando al mundo desde abajo. Compartiendo el dormitorio y losclaustros, la sinagoga y el comedor 2.160 días, 6 años, hasta cumplir los 18, con vivenciascomo el Bar Mitzvá festejado entre nosotros sin nuestros padres, cuya humildad no lespermitía desplazarse desde el interior a Buenos Aires. La proclamación del Estado deIsrael y la jornada de Atzmaut junto al Obelisco, el movimiento Hebraísta, la graduación,luego cada uno a su destino como maestro, los primeros maestros Judíos nacidos enArgentina. Los encuentros en Buenos Aires y estos lazos permanentes que tejen unahermandad sólo lograda en la convivencia que abarca toda la adolescencia.Avrom Jaim optó por Jaime, más corto, muchas vocales, más ágil, más rápido, “AvromJaim es para un grandote, ¿farshteist?”“¿Por qué no viajas a New York y te sacás la SMIJUT (el título de Rabino); lo lográs en unpar de semanas; ya hablé con…” “No, yo no hago esto, tampoco lo harías vos; no quieroni podría vivir una hipocresía…” Durante más de veinte años le enviaba a Jaime a travésde diez mil kilómetros todas las publicaciones que llegaban a mis manos sobrePARASHAT HASHAVUA, en Idish, en Hebreo y en Inglés, por lo menos un artículo porsemana.Cuando viajaba a Buenos Aires, iba al edificio de AMIA para visitar a Jaime ydialogábamos abordando temas de su preferencia: educación, cultura judía,reminiscencias y humor, mucho humor. Idish era el idioma materno de Jaime, hebreo eldel intelecto y español el visceral; solía reírse de su inhabilidad para conducir y cuandocompró un frágil Citroën que cambió de forma en un choque, me dijo “qué querés, yoestoy manejando y a estos se les ocurre justo en mi camino plantar el paraíso“; sus

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