La Sabiduría Mágica. Libro III «Mysteria Magica - Ekiria

Denning & Phillips Mysteria Magica 278
que nos sigue adonde vamos. Ahora nos liberamos de ella y planeamos por encima de una
cadena de montañas. La espectacular estenografía nos mantiene en trance: ni una brizna de
movimiento agita el finísimo polvillo de nieve. Mucho más abajo, un banco de niebla vela la
luz solar y un amplio arco iris une el espacio entre risco y risco. Nos deslizamos suavemente
hacia abajo adentro de una soledad remota.
Finalmente, volvemos nuestras mentes al elemento Fuego. El fuego que parece devorar pero
que simplemente transforma, reduciendo todas las cosas a sus propios componentes y
apropiándose para si nada de lo que toca. El fuego es un derviche, una Ménade, adornada con
el resplandeciente esplendor de su éxtasis, pero desnuda como una hoja de acero en su
austeridad sin embages, en su esterilidad, más pobre que el viento y el agua, y completamente
puro aunque no realice contacto alguno. Porque este es el misterio del Fuego, que aunque se
alimente de basura o de cadáveres, su llama permanece incorrupta y sin mancha.
A los elementos el mago debe conocer y entender, no sólo en la imagen de su forma externa,
sino también en la significación interna de sus caracteres respectivos. Lo cual es de lo más
imperativo debido a su asociación con las Armas Elementales, y las Armas ocupan un lugar
tan inmediato en la vida mágica del aspirantes que debemos considerar a continuación al
menos sus principales aspectos.
Las Armas mágicas deben gran parte de su potencia al hecho de la gran armonía que hay
entre sus usos y su simbolismo. Tanta que, de hecho, su cualidad esencial es la de ajustarse
plenamente al propósito pretendido. La cualidad de la belleza no debe ser dejada de lado,
porque todo aquello que se imprime en la mente como siendo feo debe ser instintivamente
rechazado como inapropiado, y todo lo que en si mismo se halle desequilibrado, o choque de
alguna manera con el medio circundante del Templo, debe ser particularmente evitado.
Justeza de propósito, sin embargo, implica algo más; la Daga debe parecer un arma seria, la
Copa debe ser un tipo de recipiente apto para beber, el Pentáculo debe ser de tamaño
razonable y de peso perceptible, e, igualmente, la Vara no debe ser ni pesada ni imponderable.
De todas ellas las dos ultimas son las que es más conveniente que, dentro de lo posible, el
mago construya completamente por si mismo. La costumbre es que el estudiante se equipe
con las cuatro Armas Elementales durante el curso de su entrenamiento; no todas a la vez,
sino cada una en su nivel correspondiente. Estas armas gobiernan a las fuerzas elementales y
la razón por la que esto es así es que cada una de las armas es el símbolo y el trofeo de la
conquista de todo aquello que el elemento correspondiente significa internamente. En ese
sentido el Pentáculo es la primera en ser suya, porque la conquista de las cualidades de la
tierra es un primer paso completamente necesario para su desarrollo mágico subsiguiente. Es
decir, por una parte tiene que superar los fallos terrestres de insensibilidad y avaricia, pero por
otro, debe adquirir y conservar la virtud terrestre del juicio discriminativo. El necesario
desarrollo del mago no consiste en modo alguno en rechazar el elemento Tierra, como
tampoco en escapar del mundo de los cuatro Elementos en conjunto: su trabajo debe tener
equilibrio y sus propios modos de expresión y de manifestación deben permanecer abiertos.
Este punto debe ser enfatizado por que los términos que a veces se usan, tal como el de Alta
Magia, pueden llevar a confusión. La psique del estudiante de magia debe aprender a
funcionar voluntariamente en los niveles superiores, pero el sentido práctico, el buen humor y
la racionalidad del Elemento Tierra demuestran con frecuencia ser unos buenos puntos de