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Bar-Matrioshka-y-otras-historias_ebook

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BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />

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fuego se ocupó de granjear prosperidad para el año venidero. Así, al<br />

menos, lo sentía el campesinado concentrado frente al Palacio de Las<br />

Libertades pero no se podía decir lo mismo del General Igualada.<br />

Aquel espectáculo lo tenía sumido en un estado de agitación extrema,<br />

recordándole el martirio infligido por la visión espectral de su padre<br />

difunto. Y augurando que, no culminando las relaciones con su esposa<br />

con la alegría de un embarazo, pronto se las vería de nuevo con la<br />

mirada despreciativa y lechosa del fallecido. Por ello había decidido<br />

ausentarse de la capital, y visitar de nuevo a su buen consejero el<br />

párroco Bastida en el villorrio de Los Milagros. Y por miedo a que su<br />

esposa sintiera nostalgia de su pueblo natal y esto le provocara un<br />

desapego innecesario de la capital, lugar en el que se debía, había<br />

decidido ocultar el destino de su viaje y emprenderlo en solitario.<br />

VI<br />

La furtiva expedición del General Igualada a Los Milagros se<br />

detuvo a dos jornadas de su destino, cerca de una fonda regentada<br />

por un panadero italiano de nombre Piero Mantegni. Éste vivía<br />

exiliado en Jaraguay desde hacía un decenio, y compaginaba su oficio<br />

con el más lucrativo negocio de la venta de rifles a los indígenas de la<br />

vertiente oriental del río Poracona. Tras abrevar a los caballos,<br />

retomar aliento y reponer fuerza con un tentempié, Igualada y el<br />

reducido grupo de hombres que le acompañaban se dispusieron a<br />

reemprender la marcha. En ese momento, un estruendo descomunal<br />

acompañado de un violento tremolar de tierras les pilló<br />

completamente desprevenidos. El libertador dio con sus excelsas<br />

posaderas en el suelo, los caballos emprendieron el galope<br />

desbocados y la Fonda Mantegni perdió gran parte de la techumbre.<br />

El General Igualada, todavía estupefacto, suspiró aliviado al pensar<br />

que por un instante habían salido indemnes del desplome. Dio orden<br />

de inspeccionar la fonda en busca de algún superviviente, búsqueda<br />

infructuosa, y una vez recuperadas sus monturas alentó a sus hombres<br />

a continuar el trayecto hacia Los Milagros.<br />

Llegados finalmente a la villa, el espectáculo que los recibió<br />

distaba diametralmente de la cálida acogida del año anterior. El<br />

<br />

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