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Bar-Matrioshka-y-otras-historias_ebook

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BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />

<br />

publicitada en la gaceta local del desempleado ocioso, yo misma puse<br />

en duda mi propia idoneidad; para empezar, nunca en mi vida había<br />

visto un muerto. Tan sólo en las películas, y en la mayor parte de las<br />

que había visto se trataba de muertos por un rato, es decir, que<br />

siempre acababan retornando de sus tumbas.<br />

- Bien, bien, aunque en poco tiempo convendrá usted<br />

conmigo en que se trata de un trabajo delicado, que requiere de una<br />

cierta sensibilidad que no siempre se posee – afirmó el señor Llorens<br />

estrechándome la mano – empieza usted mañana.<br />

2<br />

Tuve como proféticas las palabras del señor Llorens desde<br />

que acometí el primero de los trabajos en la funeraria Llorens y<br />

Vallmayor – nunca he sabido quien era o es Vallmayor, por cierto -.<br />

Recuerdo que la imagen de aquella pequeña anciana, de poco más de<br />

un metro cincuenta de estatura, me provocó más ternura que<br />

aprensión, más lástima que rechazo, toda vez que la contemplé<br />

tumbada sobre la amplia mesa del embalsamador iluminada por el<br />

resplandor azulado de las lámparas de tubos fluorescentes.<br />

- Voy a ponerle guapa – le susurré, con miedo a que alguien<br />

me oyera y todavía ignorante de que en aquel lugar todo el mundo<br />

hablaba con los muertos.<br />

Acicalé sus cabellos blanquísimos, dando cuenta de las puntas<br />

descuidadas, y los peiné en un elegante recogido que daba una luz<br />

nueva al rostro, aniñado pero cuajado de arrugas, para el que utilicé<br />

una base de maquillaje que me permitió disimular las ojeras profundas<br />

y moradas que escoltaban los pequeños y entristecidos ojos. Debo<br />

confesar que cuando consideré acabadas las tareas de peluquería y<br />

maquillaje me sentí orgullosa, satisfecha de haber transformado a una<br />

anciana anodina y diminuta en una rutilante y diminuta diva. Tanto<br />

me infectó el orgullo que el delirio febril a punto estuvo de conducirme<br />

a formar parte del velatorio y admirar la exposición de mi obra. En<br />

cualquier caso, no me resultó extraño que el señor Llorens me<br />

<br />

69

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