Bar-Matrioshka-y-otras-historias_ebook
Bar-Matrioshka-y-otras-historias_ebook
Bar-Matrioshka-y-otras-historias_ebook
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
Conocer las tardes grises, plomizas como un poncho de<br />
cantante de rancheras a través de un televisor en blanco y negro, no<br />
me había hecho menos vulnerable a la melancolía inherente a los días<br />
lluviosos; aún peor. Recordaba la anquilosis del tiempo, el dilatado<br />
espacio que se abría entre el mundo y yo en la urbanita Ginebra<br />
apostado frente a un café humeante y una novela de Chuck<br />
Palahniuk, la cortesía, los memorándum, la mirada cómplice de unos<br />
ojos que no había vuelto a descubrir observándome con curiosidad al<br />
despertar. Madrid no proyectaba ninguna de aquellas instantáneas<br />
propias de una cámara Lomo, más bien se trataba de un video casero,<br />
un reportaje filmado por los propios operarios de una empresa de<br />
almacenaje de vivencias insulsas sin utilizar trípode y sin limpiar la<br />
lente; todo estaba desenfocado, movido… y gris.<br />
Al contemplar mi reflejo translúcido en el mastodóntico<br />
escaparate de unos grandes almacenes caí en la cuenta de que antes<br />
todo podía medirse en unidades menos dolorosas; la distancia<br />
comprendida desde el pequeño apartamento a mi despacho en la<br />
consultoría eran un beso de despedida, un mensaje subido de tono<br />
enviado al teléfono móvil, una llamada apenas un minuto después, un<br />
«te quiero, comemos juntos», dos «yo también te quiero» y «yo te<br />
quiero más», un sentirse el concentrado residuo de la nada ante la<br />
contemplación diaria de la piedra eterna de la Catedral de San Pedro<br />
y una parada de autobús. En Madrid las medidas eran distintas;<br />
contabilicé quinientos treinta y tres pasos solitarios desde una cama<br />
fría a una mesa aséptica de las contaminaciones benditas de una<br />
fotografía o de un post-it con un mensaje garabateado en el interior de<br />
un corazón dibujado con rotulador verde. Me sentía un retornado<br />
apátrida, desolado por un enamoramiento de opereta, una suerte de<br />
síndrome de Estocolmo, más bien de Ginebra, transitando por las<br />
calles que había recorrido una y mil veces y que ahora se habían<br />
166