Bar-Matrioshka-y-otras-historias_ebook
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BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
- Encantado – correspondió sonriente el empleado – mi<br />
nombre es Joseph. Soy el secretario del doctor Halter. Les adelanto<br />
que el doctor tiene mucho interés por conocerla, señora Llorens –<br />
añadió dirigiéndose a Isabel.<br />
Ella no gesticuló. Jaume creyó oír en su interior un pequeño<br />
crujido, como un cristal que se agrieta.<br />
- Síganme – les pidió Joseph al tiempo que hacía gestos a uno<br />
de los empleados con mono de trabajo – por favor, dejen aquí el<br />
equipaje. Se ocuparán de subirlo a la habitación inmediatamente.<br />
Joseph se internó en el edificio y comenzó a ascender los<br />
peldaños de una angosta escalera. Jaume e Isabel continuaban asidos<br />
de la mano cuando le siguieron.<br />
206<br />
II<br />
El salón del pequeño apartamento presentaba un aspecto<br />
deplorable. Jaume permanecía recostado en el sofá, pálido y aferrado<br />
a la fotografía del pequeño Marc. Isabel y Marc, pensaba Jaume<br />
cuando los tenía a ambos, la síntesis de la felicidad que ahora le<br />
parecía no sólo lejana sino imposible, impensable. Durante los<br />
primeros días trató de ser fuerte, llegando a acariciar la idea de visitar<br />
la tumba de su hijo. Por los dos. Por ella. Por Isabel. Trató de vencer<br />
la resistencia a releer el nombre de Marc grabado con la persistencia<br />
del llanto sobre su lápida. Pero al final no pudo. Se había abandonado<br />
a la soledad, alienado del mundo sin su mujer y su hijo.<br />
La callada amargura que reinaba en la estancia se quebró por<br />
el sonido del teléfono. Hacía días que su familia había dejado de<br />
interesarse por él, agotados y exasperados por la complacencia de<br />
Jaume por recrearse en su dolor. Se incorporó aturdido y contestó de<br />
forma mecánica, habiendo perdido hacía tiempo la esperanza de<br />
encontrar la voz de su mujer al otro lado de la línea.<br />
- ¿Jaume? – preguntó una voz familiar – cariño, soy Isabel…