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Bar-Matrioshka-y-otras-historias_ebook

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BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />

<br />

de nube y dejó al descubierto una luna oronda y luminosa, asaetada<br />

por las altas copas de los cipreses erigidos a ambos lados del camino.<br />

El mismo orbe que se le presentó como una boca cavernosa, parecida<br />

a un pozo de brea que le atrapaba con cada nuevo tramo que<br />

engrosaba el numeral del cuentakilómetros, ahora había trasmutado<br />

en un iridiscente tejido violáceo que pendía de las reaparecidas<br />

cordilleras. Al cuerpo inerte que transportaba en el maletero,<br />

contorsionado en una postura impúdica, le hubiera agradado aquel<br />

cambio; al menos cuando estaba vivo y respondía al nombre de<br />

Cristina.<br />

Alcanzó su destino justo cuando consumió la cajetilla de<br />

tabaco rubio, apurado hasta las retorcidas colillas que saturaban el<br />

cenicero del Mercedes Benz, clase C berlina, tapizado en tela<br />

Edimburgo beige sábana y con acabados en madera de eucalipto; un<br />

coche del que sentirse un orgulloso propietario, a menos que éste<br />

transitara por una carretera de montaña y su acompañante ocupase el<br />

lugar destinado al equipaje con el cráneo abierto de par en par.<br />

Entonces, quizá, hubiera preferido un vehículo más modesto.<br />

Contra el espejo retrovisor sus ojos bajo las encanecidas cejas,<br />

cercados de arrugas y perdidos en el fondo de dos oscuras fosas por la<br />

falta de sueño, le devolvieron una mirada extraña. No lo miraban a él.<br />

No se miraba a sí mismo. La pulida superficie de cristal era un<br />

cronovisor a través del que sus pupilas dilatadas y rodeadas de<br />

diminutos corales rojos se habían retrotraído a un tiempo en el que su<br />

mujer no yacía muerta en el maletero esperando ser enterrada en<br />

mitad de un bosque.<br />

172<br />

3<br />

Esperaba que no hubiera testigos; que ni siquiera los árboles,<br />

que han de hacer ruido por fuerza cuando se desploman en la quietud<br />

de un bosque, le observaran mientras palada tras palada hollaba la<br />

tierra en pos de cubrir de olvido y humus el cadáver de su esposa.<br />

Terminó de cavar cuando la noche se había hartado de ser<br />

noche y acariciaba la idea de trocarse en día, y arrojó el cuerpo de

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