Bar-Matrioshka-y-otras-historias_ebook
Bar-Matrioshka-y-otras-historias_ebook
Bar-Matrioshka-y-otras-historias_ebook
You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
Agarré el pimentero con la mano izquierda y lo situé cerca de<br />
la mejilla; una rosquilla con la derecha, mirando a través del agujero, y<br />
simulé que todo ello trascendía el vestido de un mantel de casa obrera<br />
y que rodaba primeros planos de Ingrid Bergman en Casablanca. Mi<br />
padre me gritó con la boca llena de ensalada murciana, algo acerca de<br />
que dejara de hacer el bobo. Yo sentía que no podía dejar de hacer el<br />
bobo, con o sin pimentero y rosquilla. Me parecía que mi vida era una<br />
bobería constante, una pérdida de tiempo si no podía atrapar cada<br />
instante en veinticuatro fotogramas por segundo. Quería ser cineasta.<br />
Mi padre quería que fuera electricista. De momento me había<br />
quedado en cinéfilo y en electrofóbico. Y en Manolo Gómez.<br />
En cualquier caso, la vida transcurría ajena a mí mientras me<br />
pasaba el día en una cola; en el cine Avantia o en el INEM. En el<br />
primero conocí a Miguelito Gimeno, en la taquilla, y a fuerza de asistir<br />
al día del espectador con la periodicidad propia de un almanaque nos<br />
hicimos amigos. Miguelito también sentía una inclinación amorosa por<br />
el celuloide, pero la suya era algo más mundana.<br />
- No lo dudes, Manolo. En el cine para adultos está el futuro<br />
de la industria.<br />
Miguelito siempre hablaba del futuro de la industria y del cine<br />
porno, pero a mí ni las prospecciones futurológicas ni filmar el sexo<br />
explícito se me hacían interesantes.<br />
- Yo quiero hacer películas serias, Miguelito. Una película que<br />
enseñar a mi padre, aunque no la entienda.<br />
Entonces Miguelito se molestaba, como siempre, y se defendía<br />
acusando a mi padre de haber viajado a Perpiñán a ver Un tranvía<br />
llamado deseo. Yo me defendía, nos defendía, argumentando que<br />
aquello tampoco era cine X. Por la noche, sujetaba el pimentero y una<br />
rosquilla y encuadraba el rostro cuadrado de ese progenitor que,<br />
32