Bar-Matrioshka-y-otras-historias_ebook
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BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
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- No padezcas por tu señor, que le ha pesado mucho el vino y<br />
tan profundo es su sueño como sonadores sus ronquidos. Y el trabajo<br />
que el señor rehúsa es de ley que su criado lo emprenda.<br />
Y en hora mala no pude yo desentenderme de sus lisonjas,<br />
que por bastante me fueron probadas sus muchas y muy amplias<br />
destrezas con las manos, que era costurera bien sabida, y sentí el seso<br />
nublado y unos calores que me entraban por dentro queriéndose salir<br />
afuera, y echando la soga tras el caldero tuve por bueno rendirme<br />
muy prestamente a su recuesta. De tal suerte que enharinado en aquel<br />
rebozado me vi, y aún sin haber comido hice ejercicio muy cansado,<br />
que aunque pocas algunas experiencias ya tenía, y sirviéndome de<br />
una mano libre agarré un queso que al alcance tenía. Así que sin<br />
liberar a la moza, andaba yo a las duras y a las muy duras, comiendo<br />
del queso y sirviéndole aquello que de mí se demandaba. Y a fe que<br />
hube de servirlo bien, que aquélla prorrumpió en muchos y muy<br />
sentidos ayes y gemidos, y yo, con la boca llena de queso, no puede<br />
advertirle como debiera de que acallara un mucho sus voces. Por estas<br />
razones y, presumo yo, por extrañar la cama fría, despertó mi señor<br />
don Rodrigo, presentándose en la cocina advertido por los hondos<br />
suspiros. Y llegó con el gesto demudado y con una vara en la mano,<br />
que fue regalo de un moro y a la que tenía mucho aprecio.<br />
- ¡Perdóneme vuestra merced, que el diablo me ha tentado!<br />
- ¡Y por partida doble, según veo, que tienes a buenas poner<br />
una mano en la tetilla de queso y la otra en el queso de tetilla! – me<br />
replicó mi señor, todo encendido y mirándome muy fiero, y se vino a<br />
mí quebrándome su vara en la mollera, y sentida como cayado, y más<br />
aún, como garrote, la tuve yo, que me noté los cabellos mojados de la<br />
sangre que me corría y las entendederas torpes, que no oía más que<br />
un zumbido de abejorro en los oídos, y me creí herido de muerte y me<br />
vi amortajado y rodeado de candelas y la vida entera se presentó ante<br />
mis ojos como por ensalmo y tuve de ella pocos recuerdos gratos y<br />
acepté con aflicción su acabamiento. Mas no habrían de zanjarse así<br />
mis días, ocurrió que<br />
NOCHE TERCERA, en que le hablo al Bachiller<br />
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