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Bar-Matrioshka-y-otras-historias_ebook

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BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />

<br />

90<br />

I<br />

INOCENCIO<br />

La mañana le recibió con quejumbre, con la senectud mal<br />

llevada propia de los días de invierno; azoteas y aparataje urbano<br />

encanecidos de nieve, la atmósfera lechosa a través de brumosas<br />

cataratas y un sol cobarde como un viejo con el pijama meado. Así,<br />

arrastrado de la cama, removido de un sueño sin diluir del todo,<br />

comenzaba a componerse el día.<br />

Una motocicleta petardeó al tiempo que un operario le hacía<br />

señas con una mano, mascullando algo contra un palillo salivado. En<br />

realidad pudo decir cualquier cosa. «Buenos días», respondió<br />

Inocencio y continuó caminando alternando un anodino paso con<br />

otro anodino paso sin percatarse de que la suela de sus zapatos se<br />

recortaba con definición sobre un paso de cebra recién pintado.<br />

Quienes le conocían hubieran asegurado sin dar resuello a la duda<br />

que aquella sucesión de pisadas, nítidas como una hilera de hormigas<br />

deambulando sobre arena blanca, como un negativo fotográfico,<br />

coreadas por una retahíla de espumarajos y vilipendios a su espalda,<br />

eran la única huella que Inocencio habría de dejar en este mundo.<br />

Levantó con esfuerzo la persiana del bar y desenroscó la<br />

serpiente de eslabones que atenazaba el torreón de sillas de plástico<br />

junto a la entrada, disponiéndolas en torno a cuatro mesas<br />

amarillentas. Nadie se sentaba nunca afuera, quizá alguna pareja de<br />

turistas, mochila en ristre, en verano. Impensable en invierno, aunque<br />

así evitaba que un vehículo estacionado ocultara el pizarrín con el<br />

menú del día – a los transeúntes – y obstaculizara dentro las<br />

conversaciones en torno a quienes cruzaban frente al ventanal<br />

rotulado – a los habituales -. Surgió en una de éstas un comentario

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